Una furia creciente me recorría las venas como fuego líquido, destrozando todo a su paso. El eco de la llamada aún me quemaba en los oídos; seguía sin saber cómo había pasado.
Adrik estaba libre.
¡Libre, maldita sea!
El bastardo había escapado, quién sabe cómo, y mi cabeza no podía dejar de imaginarlo acechando entre las sombras, esperando el momento perfecto para volver a hacer lo que mejor le salía; destrozar. Y ahora que Cassia estaba embarazada… ahora que, por fin, la vida nos había dado una segunda oportunidad, no podía darme el lujo de fallar.
No otra vez.
No iba a permitir que ese bastardo nos arrebatara lo que tanto nos había costado.
Y por eso, el primer lugar donde fui fue a la mansión Gavrilov. El hogar de mi familia.
La puerta del despacho se abrió de par en par cuando irrumpí con pasos de hierro, mi sombra llenando el salón principal. Mi abuela estaba allí, bien vestida, con su porte frío y mortificado. A su lado, tanto papá como uno de sus abogados intentaban disfrazar s