Cuando mis ojos por fin se abrieron, lo primero que percibí fue el penetrante olor a antiséptico. Arrugué la nariz como si aquello fuera lo peor que hubiera olido en mi vida. La luz blanca de la habitación me molestó, y tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme a ella.
Un dolor agudo y molesto me atravesaba la cabeza y, al intentar moverme, sentí la incomodidad de una aguja en mi mano. Una vía intravenosa me conectaba a una bolsa de suero que colgaba sobre mi cama.
¿Por qué tengo esto?
Instintivamente quise quitarla, me molestaba demasiado, pero una mano firme se posó sobre la mía, deteniendo mi intento.
—No —susurró una voz cargada de preocupación.
Esa voz...
Levanté la mirada y mi corazón se encogió cuando lo vi. Donovan estaba sentado a mi lado, con el ceño fruncido, los ojos enrojecidos y una expresión que me daban ganas de golpearme a mí misma por haberlo puesto en esta situación.
Él ya tiene que lidiar con tanto, y ahora esto... ¡Eres una tonta, Cassia!
—¿Cómo te siente