Hacienda La Aurora, Sendero al Río Escondido — 02:47 p.m., tres días después del yoga amanecer
El sol del mediodía dominicano caía como un manto de fuego sobre el sendero de tierra roja compacta que serpenteaba desde la finca hacia el río oculto, un brazo secreto del Yaque del Norte que solo los locales conocían —un cauce estrecho flanqueado por ceibas centenarias con raíces aéreas colgando como lianas de jungla, palmeras reales inclinadas como guardianes sombreados, y helechos gigantes que rozaban las piernas con frondas húmedas y frescas. Habían pasado tres días desde el yoga matutino en la terraza, ese ritual que abrió cuerpos adoloridos de playa con poses que estiraban músculos tensos pero encendían deseos latentes —downward dog de Isa con nalgas empujando arriba en legging negro ajustado marcando cada curva redonda y firme, mi pene semi-duro rozando su surco desde atrás haciendo que su coño se contrajera húmedo bajo la tela, susurrándole "Siente cómo te deseo, reina, pene palpi