KOSTAS.

Abandono mi oficina del casino sin mirar atrás. Dejo a Nick al mando con órdenes claras: nadie me molesta hasta el amanecer, a menos que encuentren a Oleg. Mi deseo es ahora más poderoso que cualquier negocio.

Llego a la mansión. Es tarde, el reloj debe marcar las tres de la mañana, pero la casa está silenciosa y vigilada. La seguridad me saluda con la seriedad que espero. Subo las escaleras de dos en dos, el cansancio es real, pero la adrenalina de la cacería y la pasión de la llamada me mantienen despierto.

Entro en nuestra habitación. La luz de la luna se cuela por las ventanas. Ella está en la cama, envuelta en seda, esperándome.

Me acerco a ella con prisa. Me quito el saco y el corbatín, arrojándolos al suelo. Me tumbo sobre ella, aplastándola suavemente contra las sábanas. No necesito hablar. Mi boca busca la suya con una urgencia brutal, un beso que sabe a whisky y a la promesa de la llamada.

Mi mano viaja inmediatamente a agarrar uno de sus senos, apretándolo con una p