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Al tal Lou le costó apartar los ojos de mi cabestrillo, aunque al escuchar lo que decía Sal, se las compuso para bajar la vista hacia la carpeta de cuero sobre la mesa de café. Mientras yo me sentaba frente a él en el sofá, la abrió para sacar un papel impreso, firmado y sellado y me lo tendió con una sonrisa fugaz.

—Tu copia de la orden de restricción —dijo—. Se emite automáticamente en los casos de violencia doméstica, especialmente en uno agravado como el tuyo.

Me limité a aceptar el documento asintiendo levemente, fingiendo leerlo para no enfrentarlo. Sal se nos unió trayendo una cerveza helada para él y una bebida deportiva para mí, servida en un vaso alto de cóctel. Se sentó en el otro sillón individual, de espaldas al ventanal, lo cual dejaba su cara ensombrecida a medias.

—¿Quedó detenido o le dieron fianza? —inquirió, cruzando las piernas y apoyando la cerveza en el brazo de su sillón, reclinándose contra el respaldo.

—Las dos cosas —sonrió el abogado—. La fianza es de un mill
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