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El lunes me despertó el dolor del hombro, aún peor que el viernes por la noche. No podía realizar ningún movimiento con el brazo, y los calmantes sólo permitieron que el dolor retrocediera un poco, porque me llegaba del cuello a la punta de los dedos.

Esa mañana, las radiografías mostraron que estaba casi dislocado. El médico había hablado de una subluxación que se solucionaría manteniendo el brazo inmovilizado por una semana y tomando los analgésicos con desinflamatorio, pero las placas revelaron que la lesión era más grave de lo que él había estimado.

El quinesiólogo me hizo ver las estrellas al tantear mi hombro y reacomodarlo. Luego cambió el cabestrillo por uno más grande y aparatoso. Una parte era como una manga corta que cubría el hombro y mis bíceps. La correa para mantenerla en su lugar se cerraba por debajo de la o

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