73°

Mis manos seguían atadas a mi espalda. Tenía que encontrar la forma de liberarnos, y los hombres al frente de mí discutían por la dirección en la que tenían que escapar. Los disparos, que habían dejado las llantas desinfladas, hacían que el control del auto fuera difícil para ellos. Entonces yo supe que esa era mi oportunidad.

En un movimiento rápido hacia la derecha, caí del asiento trasero al suelo del auto, de espaldas. Pero eso me sirvió, había visto aquello en una película. Tenía que ser capaz de hacerlo también. Me estiré con todas las fuerzas de mi cuerpo para tratar de pasar mis manos hacia el frente.

—¡Quédate quieta! —escuché que me gritaba uno de los hombres.

Pero estaban tan asustados, tan tensos, que no hicieron nada más. Logré pasar mis manos por mis muslos, luego por mis gemelos, y al fin logré poner mis manos al frente de mi cuerpo. Con eso era mucho más cómodo. De esa forma, sí o sí, tenía que encontrar la forma de escapar.

Así que, sin pensarlo dos veces, me lancé ha
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