Algo tenía ese hombre. Cristian podría estar seguro de eso. Sus instintos jamás le habían fallado. Nunca en su vida había tenido que desconfiar de lo que sospechaba su corazón. Y eso lo había mantenido en vida durante todas y cada una de sus misiones. Y algo le decía que ese hombre, con esa brillante sonrisa y ese aspecto juvenil pero misterioso, ocultaba algo detrás. Le sonrió encantadoramente mientras levantaba la mano para tocar nuevamente la puerta donde tenían secuestrada a Luisa.
Pero entonces él apretó nuevamente su muñeca con tanta fuerza que incluso el pelirrojo se quejó del dolor.
—Ya le dije con determinación. No voy a permitir que hagas esto. Tenemos que entrar de otra forma para rescatarla.
—Nada, tranquilo. Despreocúpate. Yo sé lo que hago —dijo el pelirrojo.
Levantó nuevamente su mano para intentar tocar la puerta, pero Cristian lo sostuvo con más fuerza. Los hombres que acompañaban al pelirrojo se tensaron detrás de ellos. Pero él, con un movimiento de cabeza, les orde