Todo mi mundo tembló en ese momento. Los ojos acusadores de la hija del ministro se clavaron en los niños.
—¿Es Alana? —repitió nuevamente, mientras retrocedía tanto que su espalda chocó con el vidrio de atrás.
Nicolás estaba sentado en su escritorio, firmando unos papeles. Yo volteé a mirarlo y él apenas si levantó la mirada.
—No seas exagerada —dijo, regañando a la mujer—. Sabes que no lo es, solo tiene un leve parecido.
La mujer respiró un par de veces, intentando calmarse, pero yo pude ver cómo le latía la vena del cuello.
—¿Leve parecido? ¡¿Leve parecido?! —prácticamente gritó.
Siempre había sido una mujer muy dramática. Desde el momento en el que la había conocido, siempre me había caído como una patada. En los cuartos traseros, es idéntica.
Yo me aclaré la garganta y fingí nuevamente un poco mi acento, para dar a entender que no era de esa región, como lo había fingido desde el momento en el que había visto nuevamente a Nicolás. Por suerte, aquello se me daba bien.
—Lo siento.