Samuel se quedó en el marco de la puerta por un largo rato. Yo le había hecho espacio para que entrara, pero él dudó. Al final, después de un largo segundo que considerarlo, asintió y entró despacio en la sala.
—¿Llevabas mucho tiempo ahí afuera? —le pregunté.
Él se encogió de hombros.
—Venía para hablar contigo cuando vi su camioneta. No sabía si se iba a demorar o si tal vez iba a pasar toda la noche aquí, pero decidí esperar un rato. Suerte se fue.
Su tono de voz era extraño, calmado, pero también un poco lejano. Como si estuviera hablando con una extraña. Como nunca me había llegado a hablar. Yo terminé de llegar caminando, y cuando llegué, ya estaba esperando. Traía un regalo para Elián, y la verdad no pude decirle que no.
Samuel caminó hasta la sala y se sentó en el mueble a observar cómo el bebé dormía abrazado al pequeño peluche.
—¿Lo sabe? ¿Se lo dijiste? ¿Le dijiste que era su hijo y quién eras tú?
—No. No lo he hecho, claro que no.
—Entonces ¿por qué lo dejas venir a ver a