Me sentí una idiota, porque, a pesar de que yo presentía eso que se aproximaba, no hice nada por evitarlo. ¿Por qué no había hecho nada por evitarlo? ¿No se suponía que lo odiaba? ¿Que lo odiaba por todo lo que me había hecho? ¿Que lo que yo más quería en este mundo era vengarme de él, enviarlo a la cárcel, manchar nuevamente el nombre de su familia y demostrar la calaña de hombre que era?
Entonces, ¿por qué seguía ahí, quieta, mientras veía cómo sus labios se aproximaban a los míos?
No podía ser tan ingenua… pero fue como una droga, como un vicio, como si hubiese sido adicta a él y ahora estuviera recayendo. Entonces no pude apartarme. Sus labios se posaron inevitablemente sobre los míos, y la calidez en mi estómago se hizo más grande, mucho más grande… tanto que embargó todos mis sentidos.
Los labios de Nicolás se sentían cálidos sobre los míos, eran justo como los recordaba: tan carnosos, sedosos. Abrí la boca para darle entrada, porque era una ingenua y una tonta… y no me importó.