—¿Bombas? —pregunté.
Nicolás intentó acelerar, pero los autos lo tenían rodeado por delante y por detrás. No había escapatoria.
—Tenemos que salir de aquí —me dijo—. No alcanzaremos a ser salvados por mi equipo de seguridad. Están demasiado lejos, no llegarán a tiempo.
Yo no podía permitirme morir de esa forma. El pequeño bebé me estaba esperando en casa. Maldita había sido la hora en la que me había subido a ese auto. Maldita había sido la hora en la que había conocido a Nicolás. Aquel hombre, a pesar de todo, siempre había sido mi mayor desgracia. Conocerlo había sido el fin de mi vida… y ahora, prácticamente, de forma literal. Nos explotarían dentro de ese auto y no podíamos hacer nada al respecto.
A menos que…
—El extintor —le dije—. Todavía… lo vi una vez en una película. Esperé que funcionara. El extintor… podemos escapar gracias a él.
Salté de mi asiento a la parte de atrás. Así como ellos nos habían cegado para que nosotros no viéramos lo que estaban haciendo afuera, ellos tam