Cerré la puerta con miedo, porque no podía encontrar otro nombre para darle a aquel sentimiento más que miedo. Eso es lo que había experimentado cuando sentí los pasos de Nicolás caminando hacia mí esa misma mañana. Había regresado de mi licencia de maternidad. Claro que me habían llamado la atención múltiples veces por no haberme tomado los tres meses que correspondían, pero yo no podía darme el lujo de estar sin trabajar tres meses. Había contratado una niñera durante las dos semanas que pasé en casa. Dos semanas en las que casi me vuelvo loca. Pero había convivido con la mujer durante esos días y había entendido que, a pesar de todo, podía confiar en ella. Era una buena muchacha, una vecina del piso de abajo. Su padre no había tenido con qué pagar su segundo semestre de universidad y la muchacha estaba buscando un trabajo desesperadamente.
A pesar de yo ser una simple hacedora en la farmacéutica, siempre trabajaba horas extra. Y aquel dinero que había ahorrado me funcionó para paga