En cuanto el doctor pronunció aquellas palabras sentí un nudo irremediable en mi estómago, tan fuerte que me mantuvo de pie ahí un segundo sin siquiera ser capaz de respirar.
Y entonces, cuando sentí el extraño y profundo grito desgarrador de Valentín a mi lado, pude reaccionar completamente.
— ¡Maldita sea! — dijo Valentín, y no esperó ni siquiera un solo segundo para lanzarse al interior de aquella habitación.
Yo le entregué el pequeño bebé a Dalia, que ya se había dormido sobre mi regazo y estaba mucho más tranquilo. Salí corriendo también hacia la habitación, el corazón acelerado, con las lágrimas quemándome detrás de los ojos como ácido ardiente.
Tuve el impulso de darle un tremendo puño a la puerta en cuanto entré y vi a Valentín desmoronado sobre la camilla, en la que las enfermeras trataban de contener la hemorragia de la mujer. Ella estiró su temblorosa mano y la apoyó en el rojizo cabello del muchacho, que había apoyado la frente en su hombro.
— Mi niño — dijo el