158°

Pude escuchar cómo se acercó el misil. Pude escucharlo rompiendo el aire. Así que pude ver en cámara lenta cómo cortaba la distancia que nos separaba con la casa, entrando por una de las ventanas y explotando todo en el interior en una llamarada violenta y enorme, de un fuego tan rojo como la sangre, que disparó las ventanas en millones de fragmentos que golpearon nuestros cuerpos.

La onda explosiva nos lanzó de bruces al suelo con una fuerza incuestionable que nos golpeó como fuertes puños de acero, lanzándonos contra la cancha de pavimento que estaba detrás de la casa, donde los niños, al atardecer, se reunían a jugar con la pelota.

Incluso antes de que mi cuerpo cayera con fuerza al suelo y que todos mis huesos se quejaran del golpe, pensé en mi hijo. El pequeño Elián estaba en los brazos de su tío Valentín, y cuando levanté la cabeza pude ver, a través de las farolas de la calle, que Valentín había recibido todo el golpe. Y, a pesar de que el pequeño bebé lloraba, asustado por la
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