DAMIÁN ASHFORD
Instalar a Andy y a los niños en el «chalet» había sido un movimiento calculado para estar más cerca de ellos, pero también un salto de fe. Todo lo que había hecho hasta ahora tenía un solo propósito: demostrarle a Andy que mis intenciones eran reales. Ahora, observando cómo los mellizos corrían por la sala, riendo y gritando de alegría, no podía evitar sentir que el esfuerzo había valido la pena.
León y Victoria estaban en su elemento. Subían y bajaban las escaleras, se escondían detrás de los sofás y trazaban caminos invisibles en el jardín. De un momento a otro el lugar pasó de estar deshabitado a estar cubierto de peluches y juguetes, así como de risas y una extraña sensación de calma dentro de