ANDY DAVIS
Decidí poner distancia y concentrarme en la mudanza para no caer en el embrujo de esos ojos negros. Damián se acercó justo cuando me disponía a levantar una caja, pero antes de que pudiera ayudarme, esta se me resbaló de las manos y los libros cayeron al suelo con un estruendo.
Frustrada y agotada, con los hombros caídos y con ganas de hacer un berrinche digno de mis mellizos, me resigné a levantar todo. Nos agachamos al mismo tiempo para recogerlos y nuestras manos se rozaron. ¡Era ese mismo maldito cliché! Ese roce sutil, ese momento donde el aire se electrifica, donde nuestras miradas se encuentran para intentar dar sentido a lo que está pasando en nuestros cuerpos y comprender por qué nuestra piel arde de esa manera.
Entonces Damián tomó uno de los libros y lo revisó, formando una sonrisa en su rostro.
—De feroz pantera a ratón de biblioteca —susurró con gracia y cuando volteó hacia mí, me sonrojé, pero intenté disimularlo mientras le arrebataba el libro.
—Soy estudios