DAMIÁN ASHFORD
Esto era lo que yo necesitaba para aliviar mi estrés y pensar con claridad. El mundo podía sumirse en el caos y solo su cuerpo era capaz de relajarme como si todo estuviera bien, como si no hubiera nada de qué preocuparme. Sus poros liberaban una droga adictiva que me volvía dócil entre sus piernas y más relajado ante los problemas.
Cuando por fin terminamos, en un clímax ahogado, luchando para que nadie fuera de esas puertas se enterara de lo que había ocurrido en mi oficina, un par de golpes sonaron sobre la firme madera, regresándonos a la consciencia.
Andy bajó del escritorio de un brinco mientras yo me acomodaba la camisa y los pantalones. Tomó sus bragas hechas nudo y antes de que tuviera intenciones de volvérselas a poner, se las arrebaté.
—¡Damián! —exclamó con las mejillas sonrojadas mientras yo veía el encaje rosa en mis manos, con una sonrisa de satisfacción.
—Para la buena suerte —contesté presionando mis labios contra la prenda antes de guardármelas en el