DAMIÁN ASHFORD
Carter, aún con los brazos extendidos y la confusión dominando su rostro, frunció el ceño y negó con la cabeza mientras Shawn se alejaba, abrazando a mis hijos como si fueran dos muñecos de peluche, que pronto dejó en el escritorio de Gina, y mientras ella los recibió con emoción y mimos, Shawn mantenía la mirada fija en ese mudo, siguiendo cada uno de sus movimientos como si fuera un oso protector.
¿Qué magia tenían mis pequeños que parecían conquistar el corazón incluso de las personas más hostiles? Jamás lo entendería.
—¡No te me acerques! —exclamó Andy desde el interior de la oficina, recordándome que Lucien estaba con ella, dentro.
—Oye, tranquila… Solo vine a saludarte —dijo Lucien confundido, levantando una ceja—. ¿Las hormonas de embarazada te traen loca?
Andy se cruzó de brazos, con las mejillas al rojo vivo. Quitarle las bragas había sido una broma más divertida de lo que parecía.
—¿Qué haces aquí? ¿Cuál es el regalo que le trajiste a Andy? —pregunté con un