ANDY DAVIS
Cuando salimos del restaurante, entre murmullos, no pude evitar reconocer a Lynnet, quien entraba presurosa con un niño de la mano. Tenía prácticamente la misma edad que mis hijos y sentí un retortijón. El pequeño no se parecía a John, eso era obvio a simple vista, apenas y lucía un par de rasgos de Lynnet, pero me quedaba claro que se parecía más a su padre biológico.
No intercambié ni una sola palabra con ella, solo dejé que entrara por lo que quedaba de su esposo modelo mientras nosotros abandonábamos el aeropuerto.
El auto de Damián nos esperaba afuera, los niños entraron emocionados al asiento trasero y yo pensé que esto sería un recuerdo que se desvanecería como todos lo que le pertenecían a John, pero para mi sorpresa, Damián no parecía muy cómodo, cuando me abrió la puerta, pude notar la rigidez en su rostro, estaba pensando en algo, pero no me lo decía.
El silencio se volvió cada vez más profundo e incómodo, tomé su mano y sentí que no me sujetaba con la misma fu