DAMIÁN ASHFORD
No solté la mano de Andy en ningún momento, pese a la sangre y el dolor, hasta que los camilleros no me permitieron acompañarla al área de emergencias. Me quedé afuera con el alma en el piso y el miedo corriendo por mi sangre. No quería perder a mi mujer, no quería perder a mi hijo.
No podía regresar a casa y decirle a mis hijos que mamá no regresaría. De pronto sentí algo en mi mano, estaba empapado de sangre. Cuando me di cuenta, me había quedado con ese cordón que había atado a su dedo el día que le pedí que se casara conmigo, su color había cambiado, adquiriendo el mismo de su sangre. Había sujetado tan fuerte su mano y me había rehusado a soltarla, que al final me había quedado con esa promesa.
Ella juró que nunca se lo quitaría y lo cumplió. Lo que a ella le importaba no era un diamante, sino nuestra promesa. Apreté con fuerza el cordón en mi mano y esperé en silencio, como todos los que teníamos un familiar en urgencias.
Mi cuerpo se fue apagando. No pensaba e