Sofía Wexler y Marcus Blackstone se casaron jóvenes y enamorados, y fruto de ese amor, engendraron a la hija que Sofía llevaba en su vientre. Sus vidas no podían ser más perfectas, eran la pareja del momento y su relación estaba basada en el respeto, la confianza y el amor. Hasta que una fatídica noche, un accidente provocado por enemigos ocultos, lo cambió todo para siempre. Al despertar en el hospital; sola y asustada, Sofía se enfrentó con la realidad de un vientre vacío. Su suegra y el resto de la familia Blackstone le aseguraron que su bebé había muerto… y que Marcus la había desterrado de su vida por traición. Acusada falsamente de robar a la empresa familiar, Sofía no solo fue arrancada de todo lo que amaba, sino que después de casi tres meses de haber estado en coma, se entera de que había sido declarada como muerta y que Marcus… ¡Su Marcus! Estaba a punto de casarse con otra mujer. Rota y con el alma hecha trizas, Sofía se va del país, llevándose consigo la corazonada de que su hija estaba vida y la certeza de que regresaría para cobrar venganza. Cinco años después, la fotografía de una niña con ojos increíblemente azules y de la misma edad de la hija que le hicieron creer que ella había perdido, alimenta las esperanzas de Sofía. Es entonces cuando decide regresar a Nueva York con una sola misión: desenmascarar la verdad, descubrir si esa niña es su hija… y hacer que la familia Blackstone pague por todo lo que en el pasado le arrebataron.
Leer másCapítulo 1. Muerta en vida
El cielo estaba despejado aquella noche, la ciudad dormía envuelta en luces tenues mientras el auto serpenteaba suave por la carretera. Sofía reía, con la mano sobre su vientre abultado, y la otra entrelazada con la de Marcus. Su mundo entero estaba dentro de aquel auto. De pronto, el móvil de Marcus sonó. Este esbozó una sonrisa al leer el contenido de un mensaje. Sofía entornó los ojos, mirándolo con curiosidad. — ¿Qué? ¿De qué se trata? — Siempre tan curiosa — le dijo, besando el dorso de su mano —. Esperaba poder darte la sorpresa, pero no quiero esperar. He conseguido la casa. Sofía se llevó las manos a la boca y sus ojos brillaron. — ¿Qué? ¿Te refieres a…? — las palabras no pudieron salir de su boca, y Marcus volvió a sonreír. — Sí, mi vida, me refiero a la casa de nuestros sueños. La habían estado tratando de conseguir durante meses, y aunque la competencia con otros compradores era dura, Marcus sabía cuan ilusión le hacía a Sofía tener esa casa, así que puso sobre la mesa un precio insuperable y logró conseguirla. Los sueños de ambos estaban a punto de hacerse realidad… o de destruirse, pues en ese momento, la felicidad del joven matrimonio se vio empañada, y antes de que pudieran reaccionar, fueron embestidos por la fuerza del caos. Un destello. Un grito. Un impacto seco… la oscuridad. Horas más tarde… La luz era blanca. Fría. Sofía parpadeó varias veces, sintiendo que su cuerpo no le respondía. El aire olía a desinfectante y algo en su interior dolía más allá del físico. Trató de moverse, y al llevar las manos a su vientre, lo encontró plano, vacío. Su pulso se detuvo. — ¿Mi bebé? — susurró con la voz hecha polvo, asustada —. ¡Mi bebé! Al abrir los ojos, vio como una figura se acercaba a ella. Se trataba de Helena Blackstone, su suegra. — Hola, Sofía. — ¿Dónde está Marcus? ¿Dónde… está mi hija? — Tu hijo — le dijo su concuñada, quien apareció de pronto, cruzada de brazos junto a su marido —. Era un niño. Y no sobrevivió. — ¿Qué…? — Sofía sintió cómo el mundo se derrumbaba —. No… no, eso no es posible. ¡No! — Tienes que escuchar, Sofía — dijo su suegra —. Marcus no quiere verte. No después de lo que hiciste. — ¿De qué habla? Su cuñado sacó una carpeta. Fotos. Documentos. Videos en un portátil. Todos apuntaban a lo mismo: a ella. Robando. Chantajeando. Traicionando. — Esto… esto es mentira. ¡No es real! — Está a tu nombre, Sofía. Las pruebas son claras. Puedes irte… o enfrentarte a la cárcel —dijo la voz de su suegra, tan firme como una sentencia de muerte. — ¡Quiero ver a Marcus! ¡Él no creerá esto! ¡Marcus! — gritó, luchando por incorporarse. — ¡Entiende, Sofía! ¡Marcus ya no quiere saber de ti! Puedes gritar todo lo que quieras, pero él ya no está aquí. Logró salir ileso y está en casa. Los ojos de Sofía se llenaron de lágrimas. — No, Marcus no me haría algo así. ¡Lo conozco! ¡Él…! — Él ya sabe la clase de mujer que eres y ha decidido desterrarte, así que si no quieres ir a la cárcel, toma nuestro último acto de bondad hacia ti y vete, vete muy lejos. Sofía se negaba a creer que algo así estuviese sucediente. No. no, se negaba. ¡Marcus! ¡Su hija! ¡Su bebé! ¡Nada era cierto! — ¡No les creo! ¡Ustedes nunca me han aceptado! ¡Esto… esto es un vil engaño! ¡Marcus jamás creería esto y mi hija… mi hija tiene que estar viva! — dijo con la voz desgarrada, asustada por la sola posibilidad de que estuviesen diciendo la verdad —. Tengo que hablar con Marcus. ¡Marcus! ¡Marcus! Pero no hubo respuesta. Solo una enfermera entrando en la habitación con una jeringa en mano. Se acercó a ella. — ¿Qué… qué están haciendo? ¡No! ¡No! ¡Déjen…! Su visión se tornó borrosa. Y luego, oscuridad otra vez. Cuando Sofía despertó, no reconoció nada a su alrededor. El techo era distinto. Las sábanas que la cubrían eran suaves y tenían un ligero aroma a fresco. Tampoco olía a hospital, sino a hogar, a cierta calidez. Cables conectados a su cuerpo. Un pitido suave de máquinas. Y una silueta sentada junto a la cama, llorando. — ¿Eve…? — susurró. — Sofía… Dios mío, por fin — la voz de su mejor amiga se quebró —. Creí que no ibas a despertar nunca. — ¿Dónde estoy? ¿Dónde está Marcus? Evelyn bajó la mirada. Tomó aire. — Tu suegra te sacó de la clínica. Dijeron que no podían seguir costeando tu estadía. Te dejaron. Después, no se como lo consiguieron, pero… dijeron que estabas… muerta. Yo te traje aquí. El profesor Clark pagó tus gastos. Sofía parpadeó, atónita. — ¿Muerta…? — Esa familia, Sof, ellos… ensuciaron tu nombre. Ahora mismo, para el mundo entero, no solo estás muerta, sino que tu imagen quedó manchada. Te acusan de… haber robado la empresa de los Blackstone De pronto recordó. — Todo eso es una mentira. Yo no… — Lo sé, Sof, lo sé. Pero los Blackstone se encargaron de manchar tu reputación. Sofía sintió que devolvería el estómago en cualquier momento. — ¿Y Marcus? ¿En donde está? ¿Ya sabe que estoy aquí? — quiso saber, pero Eve bajó la mirada. Sofía la conocía muy bien. Sabía cuando intentaba ocultarle algo — ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Eve…? — Ah, Sof, no sé… cómo decirte esto. Sofía frunció el ceño. — ¿Decirme qué? — Marcus… él… se casa hoy. Se casa con otra. Sofía rio como si hubiese escuchado un chiste. — ¿De qué hablas, Eve? Yo soy la esposa de Marcus. Eve torció el gesto. — Ya no, Sofía. Para el mundo entero estás muerta. Estas semanas han sido… — ¿Semanas? — interrumpió Sofía, alertada — ¿Cuánto tiempo ha pasado? — Casi dos meses. Estuviste en coma por… casi dos meses. Sofía ahogó un jadeo, y sintió cómo si su corazón se hubiese detenido de súbito. Negó con la cabeza. — Esto no puede ser cierto. Nada de esto… lo es — se negaba rotundamente. Su vida no había podido cambiar de esa forma tan drástica después del accidente. Eve, al notar que su amiga se negaba a enfrentar la realidad, le mostró las noticias de esas últimas semanas. Cuando la declararon por muerta. Las palabras de los Blackstone frente a la cámara. El duelo. El silencio de Marcus ante las preguntas. El compromiso. La… ceremonia que se llevaría a cabo ese mismo día. Todo parecía una pesadilla. — Eso no puede ser cierto… — susurró, con lágrimas ardiendo en sus mejillas —. Él me amaba. ¡Nos amábamos! ¡Íbamos a tener una hija! — Era un niño, Sof. Eso dijeron… Pero algo se encendió dentro de ella. Un fuego, una corazonada. Un instinto que gritaba lo contrario. — No… Era una niña. Lo sentía. Lo sabía. Y ella está viva. Evelyn… ellos me la arrebataron. — Sof… — No, no intentes convencerme de lo contrario. ¡Yo lo sé! ¡Yo sé que di a luz a una niña! ¡Y que ellos… los Blackstone, la tienen! Y Marcus… Marcus tiene que saber que estoy aquí. Seguro esa boda también es una farsa de esa familia. — Sof, no lo creo. No quería mostrarte esto tan pronto, pero… — dijo, mientras revelaba la noticia de aquella boda en la tablet —. En todos los portales se está hablando de esto. En ese momento, el alma de Sofía cayó al suelo, creyendo que moriría, que ahora de verdad lo haría. Pero se borró las lágrimas con desesperación y se incorporó lentamente. — Sofi, ¿a dónde vas? — Tomaré una ducha — dijo en un tono apenas audible, pero cargada de emociones apagadas. Eve suspiró y negó con la cabeza, preocupada por el destello de odio y rabia que inundaron los ojos de su amiga. Y es que a partir de ese día, Sofía no iba a volver a ser la misma.El sol se filtraba por los grandes ventanales del baño principal, inundando la habitación con una claridad suave, casi dorada. La tina blanca, rebosante de agua tibia y pétalos de rosa, se encontraba en el centro, y Sofía, con el rostro perlado en sudor, respiraba con fuerza, aferrada a las manos de su partera y de Marcus, que no se movía de su lado ni un segundo.— Ya casi, amor. Solo un poco más — murmuró Marcus, besando su frente empapada—. Eres increíble. Lo estás haciendo perfecto.Sofía solo asintió con los ojos entrecerrados, luchando contra el dolor, pero llena de una calma extraña. Afuera, Camila esperaba sentada en la sala, con un peluche entre las manos, mientras Eve la acompañaba y le explicaba con ternura lo que estaba pasando. Camila tenía una mirada ansiosa, pero también emocionada.El ambiente era cálido, contenido, lleno de amor.Un grito breve y fuerte salió de los labios de Sofía, y de pronto el silencio fue roto por un sonido nuevo, puro, hermoso: el primer llanto d
El anillo brillaba bajo la tenue luz de la habitación cuando Alex se arrodilló ante Eve. Estaban en la cima de un rascacielos, en una cena organizada solo para ellos dos, con la ciudad iluminada como testigo. Eve estaba en shock, pero cuando lo miró a los ojos y vio todo el amor contenido en ellos, no dudó un segundo.— Sí — susurró, riendo entre lágrimas —. Claro que sí, Alex. Dios, esto es… maravilloso. ¡Un sueño! Es tan perfecto.Desde ese día, fueron más que una promesa: se convirtieron en un hogar.Durante el embarazo, Alex fue insuperable. Cada día traía algo distinto: jugo natural a las cinco de la mañana, paseos al parque con música clásica en los audífonos de Eve, y hasta un cuaderno donde anotaba cada antojo para intentar replicarlo o encontrarlo. La adoraba. Cada cambio en su cuerpo, cada molestia, la vivía con ella. Si a Eve le dolía la espalda, a Alex le dolía el alma.Pero el pasado… el pasado nunca se iba del todo. Y durante esos meses, tuvieron que afrontarlo.Fue una t
Un mes más tarde.— ¿Tomaste tus vitaminas? —preguntó Alex, asomándose por la puerta del vestidor, con una ceja alzada y los brazos cruzados.Eve giró desde el espejo, ajustándose los aretes. Llevaba un vestido fluido en tonos claros, elegante pero cómodo, con los tacones que había elegido a juego. Sonrió.— Sí, Alex. Las tomé.— ¿Y esos tacones no están muy altos? ¿Llevas el medicamento para las náuseas? Tengo el auto con el tanque lleno por si en medio de la ceremonia se te antoja algo de China, porque no pienso fallarte — dijo él, enumerando con una mezcla de seriedad y ternura desbordante.Eve no pudo evitar reírse y caminar hacia él, tomándole la cara entre las manos.— Estás completamente loco, ¿lo sabías? Pero así te amo.— ¿Qué...? —murmuró él, con los ojos abiertos —. Espera... ¿Escuché bien?Ella retrocedió un paso, apenada.— ¿Qué?— Eso último. ¿Lo puedes repetir?Eve le sostuvo la mirada. Había llegado el momento. Respiró hondo, y lo dijo sin temblores.— Te amo, Alex.Ale
Semanas después…El atardecer bañaba el cielo de tonos dorados y rosados, fundiéndose con la brisa tibia que llegaba desde el jardín trasero de la casa. La ciudad quedaba lejos. Esa noche no existía más que ese instante: la mesa servida bajo guirnaldas de luces, la risa de Camila corriendo descalza sobre el césped, y el corazón liviano de una familia que por fin respiraba en paz.Sofía, con un vestido blanco de algodón que le caía suavemente sobre los hombros, miraba a su hija reír junto a Alex, que hacía trucos con las cartas mientras Eve servía limonada en vasos altos. Todo era armonía.Marcus apareció desde la cocina, con una botella de vino para enfrían en el jardin y una sonrisa que no podía ocultar. Sus ojos encontraron a Sofía, y se detuvieron en ella como si cada paso dado valiera solo por volver a verla feliz. Luego cada uno volvió a lo suyo en aquella preciosa tarde.— Últimamente… noto un brillo extraño en tu mirada — le dijo Sofía a Eve.Su amiga dejó las bebidas sobre la m
El Palacio de Justicia de Nueva York estaba rodeado de cámaras, reporteros y curiosos. Las noticias ya habían recorrido el país: "El caso Blackstone llega a juicio final", "Testimonios, traiciones y verdades ocultas saldrán a la luz". El escándalo había sacudido los cimientos de una de las familias más poderosas y, por primera vez, los protagonistas no eran los empresarios… sino los secretos que los habían marcado.Una camioneta negra se detuvo frente a los escalones principales. Las cámaras giraron al instante. Micrófonos. Gritos. Flashes.Marcus bajó primero.Impecable, imponente, vestido con un traje negro perfectamente ajustado y una mirada que destilaba frialdad y determinación. Extendió la mano de inmediato y ayudó a Sofía a bajar. Ella llevaba un conjunto color crema, elegante pero sobrio. Su cabello recogido, su expresión serena. Hermosa. Firme. Inquebrantable.— ¿Sofía, es cierto que su propia madre está involucrada?— ¿Qué tiene para decir sobre los cargos?— ¿Está preparada
La noche se había asentado sobre la ciudad como un manto espeso y silencioso.Todo parecía en calma, como si el mundo por fin hubiera decidido darles una tregua.Sofía apareció en el umbral de la oficina de Marcus, con un gesto sereno pero los ojos cansados. Llevaba una bata ligera sobre el pijama y el cabello aún húmedo de la ducha. Se recargó suavemente contra el marco de la puerta, observando en silencio al hombre que seguía concentrado frente a su escritorio.— Se ha vuelto a quedar profundamente dormida —dijo con voz baja, rompiendo el silencio con una ternura que sólo ella lograba imprimirle a las palabras—. No duró ni dos páginas de su cuento.Marcus levantó la vista. Una sonrisa lenta, cansada pero genuina, se formó en sus labios. Su mirada se suavizó al verla ahí, como si sólo su presencia fuera suficiente para aliviar la tensión de un día imposible.— Ven aquí — le dijo en tono suave, dejando el bolígrafo a un lado—. Siéntate conmigo.Ella caminó lentamente hacia él, sus paso
Último capítulo