LUCIEN BLACKWELL
El tiempo pasó sin que yo me diera cuenta, pues mis ojos no podían despegarse de Camille, quien parecía un hermoso ángel, con sus cabellos desparramados sobre la almohada blanca y su carita de muñeca con algunos rasguños provocados por su caída. Mantuve su mano entre las mías, acariciándola con dulzura, pues era lo único que sentía que podía tocar de ella sin que se rompiera.
Seguía la dirección de sus venas azules cubiertas por la piel de terciopelo más suave que había tocado, hasta que, de pronto, como el milagro que había estado esperando, su mano se tensó, aferrándose con fuerza a mi pulgar.
Levanté la mirada hacia su rostro, este se contrajo como si luchara por despertar de una pesadilla, hasta que por fin sus ojos se abrieron y un día más había comenzado para mí, el tiempo retomó su curso, el reloj volvió a avanzar, porque la vida para mí solo seguía si Camille estaba bien, despierta, a mi lado y amándome. Mi vida giraba alrededor de la suya.
—¿Lucien…? —susu