Alexander
El reloj marcó la hora exacta. La tensión se podía cortar en el aire, pero sabía que ese momento llegaría. Había llegado la hora de poner a prueba mi confianza en los hombres que trabajaban para mí, y descubrir si realmente eran leales o si algunos de ellos se habían vendido. El robo de mercancía que habíamos estado vigilando durante semanas no era un simple error o un accidente. Era una traición, y no pensaba dejar que aquellos que se atrevieron a traicionarme salieran impunes.
—Señor Alexander ¿cree que esta vez atraparemos a los traidores? —preguntó Dean, sacándome de mis pensamientos.
—Sí.
Le respondí sin apartar la vista de los hombres que se movían nerviosos entre las sombras de la bodega. El traslado de la mercancía había comenzado, y aunque a simple vista no parecía haber nada fuera de lo común, yo sabía que algo no estaba bien.
—Pronto lo sabremos. Ten tu arma lista —respondí, sintiendo que la adrenalina comenzaba a recorrerme.
Dean asintió con un gesto serio y se