Bianca
Sentí una punzada horrible en la cabeza que me hizo incorporarme de golpe. Todo estaba borroso, como si mi mente estuviera envuelta en neblina. Miré a mi alrededor tratando de ubicarme, pero no, esto no era mi habitación. Mi casa estaba llena de detalles únicos: fotografías de mis paisajes, y un dibujo de las Bratz, aparte las fotos de Mimi. Pero aquí... aquí no había nada de eso. Este lugar era impersonal, elegante, y claramente caro.
Llevé las manos a mis sienes, presionándolas con fuerza para aliviar el dolor de la resaca. Mi corazón comenzó a latir más rápido cuando miré la hora en mi celular: eran más de las nueve de la mañana, y tenía una cantidad absurda de llamadas perdidas de mi supuesto novio.
Sebastian...Maldito sin vergüenza.
Todo volvió a mí como un golpe. Lo había encontrado con una rubia plástica, besándose en una esquina de la discoteca, teniendo sexo sin quitarse la ropa. Mi pecho se apretó de la rabia. ¿Cómo fui tan estúpida para confiar en él? El coraje me había llevado a beber demasiado, a perder el control, y, al parecer, a hacer una de las mayores estupideces de mi vida. Me acosté con un desconocido.
—Si que eres una estupida, Bianca— musitó para mi misma.
Miré mi reflejo en el espejo del baño y casi me reí de lo patética que me veía. Mi maquillaje estaba completamente corrido, y mis ojos hinchados. Por suerte, nadie podía verme en este estado. Suspiré mientras trataba de recordar qué demonios había pasado después de que dejé la discoteca. Oh, no estaba bailando cuando un hombre bien vestido y masculino se acercó a mí.
Cerré los ojos un momento, tratando de atar los cabos sueltos. Lo único que recordaba con claridad era a un hombre. Alto, muy alto. Su presencia era imponente, con una chamarra de cuero que parecía hecha a medida y un porte que exudaba confianza. En mi cabeza destellaban fragmentos de imágenes: risas, miradas intensas, su voz grave diciendo algo que no podía recordar, y luego...¡Mierdaaaa! La cague.
Volví al habitación y, al mover las sábanas, encontré un reloj. No era cualquier reloj, era un maldito Rolex de oro, brillante y pesado. Lo tomé entre mis manos, perpleja. ¿De quién era esto? Al examinarlo más de cerca, noté unas iniciales grabadas: A. B
—¿Qué demonios hice anoche? —murmuré para mí misma, sintiendo una mezcla de vergüenza y desconcierto.
Por más que lo intentara, no podía recordar cómo había terminado aquí ni con quién había estado. Pero una cosa era segura: me había acostado con un hombre guapo, y ni siquiera sabía su nombre. ¿Creo que era guapo? Ay, no... ojalá lo sea.
Me miré nuevamente en el espejo del baño. Recogí mi cabello en una cola alta, limpié los restos de maquillaje, lavé mi rostro y me cepille los dientes, luego me pinté los labios para recuperar algo de dignidad. Después busqué mis tacones, los que dejé tirados cerca de la cama, y me los puse rápidamente. Tenía que salir de ahí antes de que alguien me viera. Nuevamente mire el reloj, si la llevo quizás ese tipo me busque y así sabré si era feo, o si usamos protección en el acto.
—¡PERO QUE ESTÚPIDA... NI ESO RECUERDO!
Pero porque demonios, no lograba recordar bien, ese momento. Recuerdo alguna cositas pero el dolor de cabeza, no cooperaba. Escucho que tocan la puerta. Me acercó y veo a una camarera. Le doy el pase, entra con un carrito con comida.
—¿Y eso?— pregunté consternada.— Yo no he pedido nada.
—Tranquila él huesped pago todo antes de irse. Buen provecho.
Abrí los ojos con sorpresa. La mujer al retirarse cerré la puerta y abrí los cubiertos.
—Por lo menos desayunare antes de irme.
***
Cuando salí de la suite, me detuve un momento en el pasillo, observando el lugar. Era uno de los hoteles más lujosos que había visto en mi vida. Suspiré profundamente, tratando de mantener la calma, y me acerqué a la recepción.
—Disculpe —hable con cautela a la recepcionista, quien apenas levantó la mirada—. Estuve en la habitación número 10. ¿Podría decirme quién la pagó?
La mujer me miró con una mezcla de curiosidad y desdén antes de responder:
—Lo siento, señorita, pero no damos información de nuestros clientes.
—Entiendo —respondí con un hilo de voz, sintiéndo vergüenza —. Pero...
—No puedo ayudarla con eso —dijo, antes de volver su atención a la pantalla de su computadora.
¡Estúpida amargada! Ojalá la corran por atender mal a los clientes. Y yo la estúpida, preguntando algo sin coherencia.
Me giré rápidamente, sintiendo cómo el calor subía por mi rostro. Qué vergüenza. Qué maldita vergüenza. —Andar acostándome con desconocidos por despecho. Anota eso en tu cerebro de pollo, Bianca —Me recrimine a mi misma, mientras caminaba hacia la salida del hotel.
Al llegar a la calle, el aire fresco me golpeó, y me detuve un momento para calmarme. No sabía quién era el hombre, no sabía qué había pasado exactamente, pero algo en mi interior me decía que esta no sería la última vez que escucharía sobre él. Apreté el reloj entre mis manos, sus iniciales brillando, sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. ¿Quién era A.B. Quizá debería de solo esperar su llamada para entregarle su reloj Rolex de oro y listo. Ojala no sea un gordo panzon o un hombre rico con marcas en el rostro. Esperemos que sea un guapo adonis.
—Bianca, basta de tus especulaciones — nuevamente me recrimine. Creo que estoy loca, hablando sola.
En fin, sigo pensando hasta llegar a la puerta de mi apartamento. Suelto un suspiro pesado, obligándome a enfocarme en mi y olvidar lo que ocurrió ayer por puro despecho. Lo que paso ya sucedió y no se puede regresar al pasado y ya.