Alexander
Me levanté de la cama con cuidado, tratando de no hacer ruido. Entré al baño y cerré la puerta detrás de mí, dejándola en su sueño tranquilo. Abrí la ducha, dejé que el agua corriera un momento y me miré en el espejo. Mi reflejo me devolvió una mirada cansada, llena de preguntas que no quería responder. Cepillé mis dientes, lavé mi rostro y finalmente me metí bajo el agua tibia. Debería haberme sentido renovado, pero no fue así... el momento de lo que había pasado, estaba intacto en mis pensamientos.
Salí de la ducha, me envolví en una toalla y me quedé un momento de pie, mirando la puerta que daba a la habitación. Me debatía entre volver a la cama y quedarme a su lado o simplemente vestirme e irme, como si nada hubiera sucedido. La segunda opción parecía más sencilla, más lógica, pero había algo que me impulso a quedarme a su lado.
Su respiración era lenta pausada, y su rostro reflejaba una paz que yo no sentía. Me senté en el borde de la cama, observándola por unos segundos más de los que debería. Quería decir algo, aunque sabía que no me escucharía. Pero al final, no hice nada. Solo me quedé ahí, atrapado entre el deseo de quedarme y la necesidad de irme.
Me vestí en silencio, recogí mis cosas y me dirigí hacia la puerta. Antes de salir, me giré una última vez. Ella seguía ahí, inmóvil, perfecta en su vulnerabilidad. Sonreí de lado sin intender ni coño de lo que me estaba pasando.
Tras salir de la habitación, cerré la puerta con cuidado, intentando no despertar a la hermosa pelirroja. Su respiración era tranquila, su pecho subía y bajaba con un ritmo tan sereno que, por un momento, me pregunté cómo alguien como yo había terminado compartiendo ese espacio con alguien como ella. Sacudí la cabeza, intentando despejar esos pensamientos. No tenía tiempo para sentimentalismos. Deje pagado la habitación e incluso que le llevaran el desayuno por la mañana.
Al bajar las escaleras del edificio, vi el auto esperándome al otro lado de la calle. Dean estaba dentro, con la cabeza apoyada en el volante, evidentemente dormido. Crucé la calle rápidamente y toqué la ventana del auto. Él reaccionó de inmediato, sobresaltado, y salió del vehículo con una rapidez que no esperaba a esa hora de la madrugada.
—Disculpe, señor. Me había quedado dormido —dijo, pasándose una mano por el cabello desordenado mientras me abría la puerta del auto.
—Tranquilo. Vámonos —respondí con calma mientras me acomodaba en el asiento trasero.
Miré la hora en el móvil, las dos de la mañana. Por un instante, una parte de mí deseó volver a aquella habitación, a esa cama cálida donde ella seguía dormida, con su cabello rojo esparcido sobre la almohada y esos ojos amarillentos que aún parecían observarme, incluso con los párpados cerrados. Pero no podía. Yo tenía una misión, un trabajo que cumplir. Pasar la noche con una mujer era un desliz que no podía permitirme con frecuencia, y mucho menos darle cabida a algo más allá de lo físico. Jamás entregaría mi corazón a una mujer. Eso era algo que me había prometido desde pequeño, desde que vi a mi padre humillar a mi madre una y otra vez, destruyendo todo a su alrededor.
Sonreí de lado mientras ajustaba mi chaqueta. Esa promesa seguía firme. No importaba cuántas mujeres cruzaran mi camino, ninguna llegaría lo suficientemente cerca como para desestabilizarme.
—¿A dónde vamos? —preguntó Dean mientras arrancaba el auto y me sacaba de mis pensamientos.
—A la cueva —respondí. Luego añadí—: Hoy mismo se entrega la mercancía.
—¿No descansará, señor? —insistió Dean mirándome brevemente por el espejo retrovisor.
Solté un suspiro, cerrando los ojos por un instante. El aroma de la pelirroja seguía impregnado en mi piel, una mezcla dulce y suave que me hacía querer volver sobre mis pasos. ¿Cómo alguien podía dejar una marca tan profunda en tan poco tiempo? Pero no podía permitirme ese lujo. No era un hombre débil, y enamorarme no estaba en mis planes.
—Ya descansé suficiente en los brazos de esa pequeña —murmuré, casi para mí mismo.
Dean no dijo nada más, entendiendo que el tema estaba cerrado. Mientras avanzábamos por las calles oscuras, mi mente luchaba por borrar la imagen de ella. Cada vez que cerraba los ojos, su rostro aparecía, su sonrisa, la forma en que su cabello caía sobre sus hombros. Era una distracción que no podía permitirme.
—Vamos— ordene enderezándome en el asiento. —Esta noche hay trabajo que hacer— Ajusté la chaqueta con firmeza, como si eso pudiera ayudarme a centrarme, y miré mi arma, asegurándome de que todo estuviera en orden. Sentí una especie de satisfacción mientras revisaba cada detalle. Era mi vida, mi propósito, y no iba a dejar que nada ni nadie interfiriera con ello.
—Todo listo, señor —dijo Dean, girando hacia el camino que nos llevaba a la cueva, donde la mercancía debía ser entregada.
Asentí, soltando una sonrisa fría y controlada. Era hora de dejar atrás cualquier distracción. Esa pelirroja había sido solo un momento, una pausa para la distracción. No tenía lugar en mi mundo, y yo no tenía lugar en el suyo. Pero incluso mientras me repetía esas palabras, el aroma de ella seguía rondándome, y una pequeña parte de mí, la más vulnerable, deseaba poder verla de nuevo.
Apreté los puños y sacudí la cabeza, obligándome a enfocarme. Yo no era ese tipo de hombre, y no iba a comenzar a serlo ahora.
—¿Qué sigue luego, señor? —preguntó Dean, sacándome de trance y de esos pensamientos sobre la chaparrita.
—Cumplir con nuestra parte. Luego, seguimos adelante a la agencia —respondí, mi voz tan firme como el acero mientras el auto avanzaba hacia la oscuridad de la noche.
La aventura de hoy se acabó mientras que ml vida sigue siendo solo de trabajo y objetivo es atrapar a ese traidor junto con su cúpula. No descansaré, hasta cumplir cada uno de mis objetivos asignado.