Bianca.
Había llegado el momento de hacer mi viaje. Estaba esperando a Alexander, quien insistió rotundamente en que no manejara mi coche. No sé si lo hacía por protegerme o porque simplemente quería tenerme pegado a él, venía acompañado de un guardaespaldas y su chófer.
Con las manos sobre mi vientre, le hablé a mi pequeño con una sonrisa boba.
—Tu papá está loco, pero es adorable.
Media hora después, escuché el rechinar de los frenos del coche de Alexander. Mi abuela se acercó tras terminar su reunión con sus damas.
—¿Ya estás lista? —preguntó.
—Sí, Abi, ya está todo listo.
—Voy a decirle al capataz que suba las frutas y verduras.
—Ok, gracias, Abi.
Una de las criadas me ayudó con la maleta mientras yo cargaba a Mimi en mis brazos. Vi cómo el capataz subía al coche un saco lleno de productos saludables que mi abuela insistía en que consumiera. Siempre preocupada por mi alimentación, quería evitar que comiera carbohidratos y frituras. Le agradecí mentalmente por su preocupación.
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