Seraphiel
El reloj marcó las 03:03.
Las agujas se detuvieron un segundo antes de avanzar. Justo sobre el círculo tallado en obsidiana blanca que servía como base.
El punto exacto. Donde durante siglos se realizaban los sacrificios que sellaban pactos con planos más antiguos que el Edén. El tiempo, como la fe, siempre volvía a su eje. Tarde o temprano.
Me incliné hacia atrás en el sillón de madera y exhalé despacio. En mi oficina, todo estaba perfectamente en su lugar. Las columnas de mármol resplandeciente. El aroma sutil de incienso. El silencio inmaculado del orden.
Excepto dentro de mí.
Había un zumbido en mi mente. Una vibración constante, como si algo, en algún rincón de esta ciudad perfecta, estuviera ligeramente fuera de lugar.
Y yo odiaba los errores. Las impresiones.
Todo debía ser perfecto. Inhumano.
No podía existir ni una milésima de grieta entre lo que tenía planeado y lo que sucedía.
Ahí era donde aparecían los problemas, aunque aparentemente invisibles.
Y ahí estaba él