Zeiren
Odiaba esa oficina.
Cada ángel que pasaba me saludaba con una reverencia ridícula, y cada vez que alguien me decía “Señor de la Transición” me daban ganas de estrellarles la cabeza contra la pared.
No porque no supiera el peso del cargo.
Sino porque ese cargo no me devolvía lo que más me importaba.
Mi Eloah.
Desde que Cordelia y yo fuimos separados por voluntad del Creador, el cielo se volvió una jaula luminosa.
Todo demasiado blanco, demasiado perfecto. Sin una sombra donde perderse. Sin un rincón que pudiera doler.
Y yo necesitaba sentir ese dolor.
Porque lo único que me quedaba de ella… Era eso, el único sentimiento que tenía permitido experimentar.
Dormir era inútil.
Cada vez que cerraba los ojos, la sentía.
Su voz, su piel, el sonido de su risa.
Despertaba con el corazón hecho nudos. Y solo el peso de la responsabilidad me mantenía en pie. Porque me debía a este "trabajo" para que ella siguiera existiendo.
En teoría, tenía tareas. Documentos. Audiencias.
Pero el cielo, tan