Epílogo

Zeiren

La casa estaba en silencio.

Pero no de ese silencio incómodo, como el que reina en el Cielo.

Este era otro. Uno lleno de cosas vivas.

De palabras susurradas casi sin aliento.

De promesas que colgaban en el aire y se concretaban una vez al mes.

La Ciudad de los Renegados había cambiado. Ya no olía a ruina. Ya no gritaba abandono.

Había faroles encendidos, calles de tierra pero limpias. Diferentes lugares para socializar, para convivir sin miedo.

Y en medio de todo eso… nuestra casa.

No era grande. No era lujosa.

Pero era nuestra.

Un sueño hecho realidad.

Uno que no pensamos que realmente podríamos disfrutar juntos.

Al principio, la idea era que cada uno viviera allí, pero no a la misma vez. Ella pasaría unos días y me dejaría detalles para crear la ilusión de que aún estábamos juntos... y yo haría lo mismo.

¿Patético? Posiblemente sí, pero era la única salida que teníamos.

Hasta que nos llegó la noticia.

El relato más valiente que Fernanda y Damien nos pudieron dar: se atreviero
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