Zeiren
Me moví apenas un poco.
El calor de su cuerpo seguía enredado con el mío, su cabello pegado a mi pecho, como si aún no estuviera lista para soltarse del todo.
Y no podía culparla. Después de todo lo que habíamos atravesado, tener un segundo de paz en ese infierno era un milagro.
—Cor… —susurré contra su frente, acariciando su espalda desnuda.
No dije nada más. No necesitaba decirlo.
Ella levantó la vista, sus ojos aún pesados por el sueño, aunque una sonrisa se le formó en los labios.
—No me digas que quieres repetir —murmuró, fingiendo exasperación.
—No me creas capaz de otra cosa —le respondí con una sonrisa ladina mientras la besaba suavemente en el cuello.
Nos movimos juntos, sin apuro. Y una vez más hicimos el amor, lento y sin la desesperación de la noche anterior. Esta vez fue otra cosa. Fue amor puro, crudo, desesperado. Fue como si nuestras almas se aferraran con uñas y dientes a lo único que sabían que era real: nosotros.
Más tarde, nos vestimos en silencio, compar