Cordelia
Desperté con un sobresalto, la respiración agitada, el corazón golpeándome las costillas como si quisiera huir. Por un segundo… creí que todo había sido una ilusión. Que seguía encerrada en esa celda maldita, rodeada de piedra y oscuridad, esperando la próxima tortura. Esperando morir.
Pero no. No olía a sangre. Olía a madera, a polvo viejo… y a él.
Zeiren.
Me incorporé bruscamente, los ojos abiertos de par en par. Todo seguía demasiado oscuro. Demasiado... sereno.
—¿Cordelia? —murmuró Zeiren, su voz grave y somnolienta.
Mi pecho colapsó en un suspiro quebrado y, sin pensar, me lancé sobre él. Lo monté sin sutileza, a horcajadas sobre su cuerpo, las manos en su rostro, la frente pegada a la suya.
—Estás aquí... —susurré, y las lágrimas brotaron sin permiso—. Estás aquí de verdad...
—Claro que sí, Eloah —sus dedos subieron a mis mejillas, limpiando las lágrimas con suavidad—. Estamos a salvo. Solo fue una pesadilla...
Negué con la cabeza.
—No. Fue todo real. Todo. La arena. E