Cordelia
El calor de su cuerpo seguía pegado al mío.
El aire olía a piel, a deseo satisfecho y a paz. La cabeza de Zeiren reposaba sobre mi pecho, su respiración cálida y pausada rozando mi piel.
Mis dedos jugaban distraídamente con su cabello.
—¿Sabes que deberíamos comer algo, no? —murmuré, sin muchas ganas de romper el momento.
—Ya comí —respondió él, con esa voz ronca que le quedaba después de hacerme suya.
Me reí bajito, acariciándole la nuca.
—Me refería a comida de verdad. La que no incluye mi cuerpo como plato principal.
Zeiren levantó apenas la cabeza, y esa sonrisa torcida se dibujó en su rostro.
—Yo diría que tu cuerpo es el mejor desayuno que he tenido en la vida. Almuerzo también. Y cena, si me dejas.
—Estás insoportable —dije, sonriendo como una idiota enamorada.
Porque lo estaba.
Completa y perdidamente enamorada de este hombre no dejaba de sorprenderme.
—Y tu hermosa. Increíblemente hermosa. —Se incorporó un poco más, bajando su mano por mi cintura, lento, sabiendo