Zeiren El cuerpo de Cordelia pesaba en mis brazos como si me estuviera arrastrando al abismo con ella.—No... no, no, no —murmuré apretándola más contra mi pecho, mi voz temblando.No respondía.Su piel ya no era cálida, su luz... su jodida luz... había desaparecido.—¡CORDELIA! —grité, sin importarme si partía los pulmones o desgarraba mi garganta en el proceso.Me giré hacia Damien, que seguía arrodillado en la cocina, con la mirada perdida... como si su mente estuviera atrapada en algún lugar que no era este.—¡ESPABILA, CARAJO! —rugí—. ¡NO TE PIERDAS AHORA!Pero no obtuve respuesta.Fernanda no estaba.Y ahora... Cordelia tampoco.Apoyé mi frente en la de ella, sentí la quietud de su alma ausente como una bofetada. La desesperación apretó su puño alrededor de mi corazón.Me levanté, llevándola en brazos hasta la sala. No tenía ni puta idea a dónde ir, así que la dejé con mucho cuidado en el sofá.—No voy a perderte —le susurré, arrodillándome a su lado, acariciando su rostro.La
CordeliaEl olor a gasolina me golpeó antes que la imagen.Mis pies estaban clavados en el barro.Sabía exactamente dónde estaba, aunque nunca había estado allí realmente.La maldita curva.El punto exacto donde toda mi vida cambió.Frente a mí, la camioneta verde de mis padres, incrustada contra un árbol que había partido el capó como si fuera de cartón. Había marcas de neumáticos en la carretera, arañazos desesperados tratando de evitar lo inevitable.Me temblaban las manos. No sabía si era por el frío o por el miedo.—Esto no es un recuerdo —murmuré—. Tiene que ser algo más...Se sentía real. El frío. El ruido. La presión en el pecho.No me veía a mí misma. Ni a Diego. Sabía que no estábamos ahí esa noche. La abuela nos había llevado a pasar el fin de semana con ella. Mis padres... solo iban a una cena. Nunca volvieron.Me dijeron que fue un accidente.Lluvia.Velocidad.Curva cerrada.Error humano. Impacto.Fin.Mis piernas se movieron solas. Me acerqué a la camioneta, atraí
Fernanda Estar atrapada en una botella era aún peor que la muerte.Y eso que estar muerta ya era una reverenda mierda.Esto era sin dudas era el siguiente nivel de humillación cósmica. Ni siquiera un mínimo de privacidad. Solo un huevito de cristal oscuro, frío y asfixiante… y lo peor de todo: completamente lúcida.Podía ver.Podía escuchar."Gracias, universo, por las migajas."La silueta de Viktor se movía como una sombra espesa entre los pliegues del plano astral. Me arrastraba con él, yo era su adorno barato colgado de su cinturón. No sabía a dónde iba con exactitud, pero ese hijo de mil puta se desplazaba con seguridad.Las sombras de este lugar parecían alejarse a su paso, como si incluso los Aeternum quisieran evitarlo."Genial, Fernanda, no solo estás atrapada… si no que estás con un psicópata temido de este lado del mundo."Pero lo peor vino después.En un parpadeo, la escena cambió.Ya no estábamos en ese limbo extraño, sino en lo que parecía ser una especie de oficina de
Cordelia—¡Oye! Te ves guapísima —dijo con esa voz apática que te hacía sentir como si te estuviera lanzando un ladrillo a la cara en lugar de un cumplido.—¿Y eso a qué viene? —le contesté, arrastrando las palabras mientras la miraba de arriba abajo, más por costumbre que por verdadero interés en su atuendo. Fernanda estaba impecable, como siempre.Pero no tenía tiempo para analizar su estilo. Porque, en menos de un segundo, ya estaba gritando.—¡Ya está, Cor! —me agarró de los brazos con una fuerza innecesaria, como si fuera a arrancarme del sofá por completo—. ¡Ya basta de lloriquear por ese escuincle malparido!Me tambaleé cuando me obligó a levantarme. Logré zafarme de su agarre y me quedé parada ahí, cruzando los brazos, aunque me sentía como un trapo viejo que alguien había descolgado a la fuerza.—¡Uy sí! —le reproché, arqueando una ceja coloqué las manos en mis caderas—. Como si fuera por ese baboso y ordinario por el que estaba llorando...Ella no se lo creyó ni por un segun
Cordelia Ni bien empujé la puerta doble de la entrada, la voz de doña María resonó como una campana por todo el espacio.—¡Ay niña! ¡Hasta que vuelves! —gritó con ese tono de madre que mezcla regaño y cariño en partes iguales.Ella estaba detrás del mostrador, ajustándose el chal tejido que siempre llevaba encima, sin importar si hacía frío o no. Sus ojos brillaban con ese aire de "tengo un secreto" que tanto le gustaba.Mi primer reflejo fue sacar los auriculares del bolsillo de mi abrigo. Eran mi escudo, mi forma de fingir que no estaba hablando con un espacio vacío.—Ya ves, tocó volver... —le respondí mientras me acercaba al mostrador—. ¿Algún chisme nuevo?—¡Oh! Nada del otro plano… muertos y más muertos —dijo, alzando las cejas—. Aunque estos últimos están bien raros...No tuve tiempo de preguntar qué quería decir con "raros", porque Fernanda entró detrás de mí con la energía de un huracán.—¡¿Qué cuenta, María?! —saludó, exagerando el tono mientras agitaba una mano—. ¿Verdad q
Zeiren No podía moverme. No podía hablar. No podía abrir los ojos. Estaba atrapado en mi propio cuerpo, sintiendo cada sensación a mi alrededor.El frío de la mesa debajo de mí fue lo primero que percibí en quién sabe cuánto tiempo. No era como el frío al que estaba acostumbrado dentro de las profundidades de la ciudad. Este era otro tipo de frío... Algo inerte, algo que no debería estar allí.Las voces, distantes al principio, como si alguien estuviera hablando al otro lado de una puerta cerrada. Una que no podía abrir.No estaba solo.Pude sentirlos antes de escucharlos: un humano, moviéndose cerca de mí con pasos firmes pero contenidos. Olía a desinfectante y a algo más... jabón, tal vez. Luego, una presencia diferente. Ligera, como el roce de un susurro, pero con una energía constante y tranquila. Otra más llegó después, inquieta, moviéndose con rapidez a mi alrededor, como un mosquito al que no puedes espantar.Y entonces llegó ella.Su presencia me atravesó como una ráfag
Cordelia El sonido de la puerta golpeando contra la pared me sacó del trance. Giré la cabeza para ver al doctor Ramírez entrar como un desquiciado, seguido por unos ángeles de seguridad.—¿Dónde está? —preguntó, su voz cargada de confusión y un toque de alarma.Abrí la boca, pero no tenía idea de qué decirle. ¿Cómo le iba a explicar? ¿Que el hombre que debía estar muerto se despertó, me besó como si fuera el último aliento que necesitaba y luego desapareció como un maldito fantasma? "Claro, seguro que eso sonaría razonable."Ni que hablar de la sensación que había dejado en mí. Me había pasado una vez con Juan, esa sensación de compartir energía vital... en cuanto me dí cuenta esa vez, corté toda conexión con él. Pero con este... animal... no fue tan grotesco como con mi ex.La sensación de sus labios sobre los míos todavía picaba. Cuándo me levanté de la mesa, tuve que taparme el pantalón con la bata, porque maldita humedad en mi ropa que delataba demasiado.—Él… él se despertó —d
Cordelia Cerré la puerta con fuerza, intentando borrar todo lo que acababa de pasar en el pasillo. Pero no funcionó. Mi mente seguía repitiendo la escena una y otra vez: Juan apareciendo de la nada, sus insultos, su actitud arrogante… y el zombi sexy abriendo mi puerta como si fuera el dueño...—¡Zorra! —exclamé, tirando mi bolso en el sofá—. No entiendo cómo tiene las pelotas para venir aquí y juzgarme después de lo que él me hizo.—¿Es una pregunta retórica o de verdad quieres que te lo explique? —dijo Fernanda desde mi derecha, apoyándose con toda tranquilidad contra el respaldo del sofá.Me giré para fulminarla con la mirada.—¡No me tomes el pelo!—¿Yo? ¡Jamás! —exclamó con las manos en alto, como si fuera la víctima de la situación—. Sólo digo que tienes que admitir que el chico tiene una habilidad especial para ser un imbécil con estilo.Bufé, apretando los puños mientras me dirigía a la cocina. Necesitaba un vaso de agua o algo que pudiera lanzar contra la pared para calmar