Diego
Las reuniones del Gremio no eran nada en comparación con esto.
Este lugar...
No existía en mapas, ni en registros oficiales. Oculto entre una red de túneles bajo la ciudad, donde ni siquiera los cazadores callejeros se atrevían a meter la nariz.
Una vez cruzabas la puerta, y tenías la sangre adecuada para activarla, se abría el verdadero corazón del mundo.
La élite.
Los que dictaban quién vivía y quién moría.
Y ahí estaba yo.
Un simple humano entre bestias, ángeles, demonios con trajes caros y sangre en las uñas. Pero no me temblaban las piernas. No soy de esos.
Entré como quien entra a una reunión de rutina, saludando con la cabeza a un par de caras conocidas, y evitando otras tantas.
El salón era amplio, con una mesa circular enorme en el centro. Cada silla tenía grabado un símbolo: alas, colmillos, garras, una cruz invertida y el sello del Gremio.
Todos iguales. Porque cuando se sentaban ahí, eran “iguales”.
Claro que eso era un chiste de mal gusto.
Aquí nadie era igual.
Y