Zeiren
El cuerpo de Cordelia pesaba en mis brazos como si me estuviera arrastrando al abismo con ella.
—No... no, no, no —murmuré apretándola más contra mi pecho, mi voz temblando.
No respondía.
Su piel ya no era cálida, su luz... su jodida luz... había desaparecido.
—¡CORDELIA! —grité, sin importarme si partía los pulmones o desgarraba mi garganta en el proceso.
Me giré hacia Damien, que seguía arrodillado en la cocina, con la mirada perdida... como si su mente estuviera atrapada en algún lugar que no era este.
—¡ESPABILA, CARAJO! —rugí—. ¡NO TE PIERDAS AHORA!
Pero no obtuve respuesta.
Fernanda no estaba.
Y ahora... Cordelia tampoco.
Apoyé mi frente en la de ella, sentí la quietud de su alma ausente como una bofetada.
La desesperación apretó su puño alrededor de mi corazón.
Me levanté, llevándola en brazos hasta la sala. No tenía ni puta idea a dónde ir, así que la dejé con mucho cuidado en el sofá.
—No voy a perderte —le susurré, arrodillándome a su lado, acariciando su rostro.
La