Cordelia La cabaña no era tan solo una cabaña.Era una enorme casa, con dos pisos, ventanales que reflejaban la luz de la luna y un porche que parecía sacado de una revista de lujo.—¿A esto le llamas una cabaña? —exclamó Fernanda, llevándose las manos a la cara—. ¡Es una puta mansión! Pasar desapercibidos mis ovarios.Damien se rió.—No te preocupes, linda. Tiene hechizos protectores. Cualquiera que pase cerca solo verá campo.Eso fue un alivio.Aparqué el auto y cuando miré por el espejo retrovisor, los fantasmas ya no estaban. No había rastro de Fernanda ni de los otros tres.Agradecí en silencio.Necesitaba ese respiro.Salí del auto y me giré para ayudar a Zeiren, pero él ya estaba ahí.Alto, silencioso, con el ceño fruncido y las manos cerradas en puños.Era mi sombra. No se alejaba de mí, pero tampoco decía nada.Lo tomé de la mano.Su piel estaba fría.Entrelacé mis dedos con los suyos y lo guié escaleras arriba, buscando una habitación.No lo presioné.No intenté forzarlo a
Cordelia La respiración de Zeiren era lenta y profunda. Su cabeza estaba apoyada en mi pecho, su brazo rodeando mi cintura, como si no quisiera soltarme ni en sueños.Deslicé los dedos por su cabello húmedo, enredándolos suavemente en los mechones oscuros. Se sentía tan diferente así, vulnerable, entregado al sueño después de todo lo que había pasado. No podía culparlo, su cuerpo había llegado al límite, su mente había estado al borde del abismo.Aún podía ver la preocupación en su expresión; su ceño fruncido, sus labios entreabiertos, ese tic en su ojo..."Mi Elion…"Incliné la cabeza y presioné un beso suave en su frente, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba inconscientemente a mi toque, relajándose un poco más.No quería moverme. No quería romper este momento de calma, después de tantas peleas, de tanto dolor...—Estoy aburrida y tengo hambre.La voz de Fernanda rompió la tranquilidad que habíamos logrado.Zeiren gruñó contra mi pecho, apretándome más entre sus brazos sin abrir l
Cordelia El supermercado estaba casi vacío, lo cual agradecí. No tenía energía para lidiar con multitudes ni con miradas curiosas. Empujé el carrito entre los pasillos, tratando de concentrarme en elegir lo esencial y no en la fantasma que flotaba a mi lado con una sonrisa de autosuficiencia.—Así que ahí estaba yo —susurró Fernanda con dramatismo—, rodeada por tres espectros de hombres irresistibles... y deseosos de poseerme... Claro, no como Damien hizo contigo en el calabozo....—Fernanda… —murmuré entre dientes, agarrando una caja de cereal.—Shhh, déjame contarte. Bueno, justo él me besó primero. Dioses, esos labios fríos pero tan sensuales. Luego, Borja y Velrik no quisieron quedarse atrás…Me detuve de golpe en la sección de carnes, fingiendo leer la etiqueta de un paquete de pollo mientras luchaba por mantener el control.—Baja la voz —le advertí en un susurro apretado.—¿La voz? ¿Cuál voz? Solo tú puedes escucharme, mi ciela —respondió con una sonrisa traviesa.—Sí, pero lo
Fernanda El motor rugió cuando Cordelia pisó el acelerador a fondo, saliendo del estacionamiento como un maldito cohete.—¿A dónde mierda crees que vas? —grité, mirando por el retrovisor con el estómago encogido.Los ángeles venían detrás de nosotras. No atacaban todavía, pero sus malditos ojos dorados brillaban como si ya nos hubieran sentenciado a muerte."¡Ja, ja, ja! Aunque yo ya estaba morida, pero aún me sentía viva."—No los voy a llevar a la casa de Damien —resopló Cor, girando bruscamente a la derecha y metiéndose por una calle llena de gente—. No soy tan estúpida.Un bocinazo ensordecedor me hizo soltar un improperio cuando casi nos damos de lleno contra un camión de reparto.—¡Mierda, Cor! ¡Podrías matarnos!Me miró de reojo con toda la calma del mundo.—Tú ya estás muerta.Puse los ojos en blanco.—¡Técnicamente! —Coloqué mis dedos en mis labios—. Pero… No del todo aún sigo dando lata.El auto se sacudió cuando ella giró otra vez, las llantas chillaron y la parte trasera
DiegoEl Gremio no era un sitio para débiles.Era el hogar de los carroñeros.Un montón de bastardos que no tenían escrúpulos cuando se trataba de cobrar recompensas. No les importaba si la presa estaba viva o muerta, mientras sus bolsillos se llenaran de billetes. Aunque claro, su sed de sangre era peor que la de un vampiro recién convertido, así que, por lo general, sus presas llegaban muertas.Yo lo sabía mejor que nadie.El edificio del Gremio estaba escondido a plena vista. Camuflado como una agencia de detectives privados y abogados de poca monta, la fachada perfecta. Desde afuera, parecía un negocio en decadencia.Pero detrás de esas puertas, el aire apestaba a sangre y pólvora. Lo cierto es que teníamos lo mejor en tecnología, ninguna presa se nos escapaba.El primer piso era el área de reclutamiento, donde los novatos trataban de ganarse un lugar entre los cazadores veteranos. Ser sus discípulos, estar entre sus filas, ganar experiencia para luego ocupar un lugar entre los m
ZeirenTener un fantasma dentro de mí era una jodida pesadilla.Cada músculo de mi cuerpo se sentía más tenso de lo normal, como si estuviera en una constante lucha con algo invisible. Mi piel hormigueaba con una energía extraña, diferente a la que sentí recorrerme cuando mi instinto tomó el control. Esta vez era él. Damien.Lo sentía moviéndose dentro de mí, no físicamente, pero sí como una presencia invasiva en mi cabeza. Como si mi mente ya no me perteneciera del todo.—Relájate, híbrido. No voy a poseerte para siempre.Su voz retumbó en mi cráneo con una risa socarrona.—¿Puedes callarte? —gruñí en voz baja. Mis manos apretandas en puños con tanta fuerza que casi me abrí la piel.—Qué carácter, chico. Y yo que te estoy ayudando a salvar a tu mujercita. Un poco de gratitud no te vendría mal.Ignoré su tono burlón y fijé la vista adelante. Ya casi estábamos en el lugar donde estaba mi Eloah. Nos habíamos transportado a un par de calles de dónde ella se encontraba. La sentía cer
Cordelia—¡Oye! Te ves guapísima —dijo con esa voz apática que te hacía sentir como si te estuviera lanzando un ladrillo a la cara en lugar de un cumplido.—¿Y eso a qué viene? —le contesté, arrastrando las palabras mientras la miraba de arriba abajo, más por costumbre que por verdadero interés en su atuendo. Fernanda estaba impecable, como siempre.Pero no tenía tiempo para analizar su estilo. Porque, en menos de un segundo, ya estaba gritando.—¡Ya está, Cor! —me agarró de los brazos con una fuerza innecesaria, como si fuera a arrancarme del sofá por completo—. ¡Ya basta de lloriquear por ese escuincle malparido!Me tambaleé cuando me obligó a levantarme. Logré zafarme de su agarre y me quedé parada ahí, cruzando los brazos, aunque me sentía como un trapo viejo que alguien había descolgado a la fuerza.—¡Uy sí! —le reproché, arqueando una ceja coloqué las manos en mis caderas—. Como si fuera por ese baboso y ordinario por el que estaba llorando...Ella no se lo creyó ni por un segun
Cordelia Ni bien empujé la puerta doble de la entrada, la voz de doña María resonó como una campana por todo el espacio.—¡Ay niña! ¡Hasta que vuelves! —gritó con ese tono de madre que mezcla regaño y cariño en partes iguales.Ella estaba detrás del mostrador, ajustándose el chal tejido que siempre llevaba encima, sin importar si hacía frío o no. Sus ojos brillaban con ese aire de "tengo un secreto" que tanto le gustaba.Mi primer reflejo fue sacar los auriculares del bolsillo de mi abrigo. Eran mi escudo, mi forma de fingir que no estaba hablando con un espacio vacío.—Ya ves, tocó volver... —le respondí mientras me acercaba al mostrador—. ¿Algún chisme nuevo?—¡Oh! Nada del otro plano… muertos y más muertos —dijo, alzando las cejas—. Aunque estos últimos están bien raros...No tuve tiempo de preguntar qué quería decir con "raros", porque Fernanda entró detrás de mí con la energía de un huracán.—¡¿Qué cuenta, María?! —saludó, exagerando el tono mientras agitaba una mano—. ¿Verdad q