Encendí el auto y conduje hacia casa. El camino parecía más largo de lo habitual. Tal vez no por la distancia, sino por el peso que llevaba dentro del pecho.
Mi mente intentaba bloquear la imagen… esa maldita imagen de Mariela abrazada a otro hombre. De todos los escenarios que alguna vez imaginé, ese jamás.
El silencio del taxi me envolvía. Solo el motor y mis pensamientos. Cuando finalmente llegué, me estacioné frente a la casa. Apagué el motor y me quedé un momento allí, en la oscuridad.
Desde la calle, alcancé a ver la tenue luz encendida de la habitación. La lámpara del rincón proyectaba una sombra suave sobre las cortinas. Suspiré. Parte de mí quería seguir conduciendo. Alejarme. No enfrentarla.
Pero no podía seguir huyendo. Abrí la puerta del auto, bajé y cerré con fuerza. Mis pasos pesaban.
Entré. Tiré las llaves sobre la mesa con un golpe seco. El eco rebotó en el silencio de la casa. Caminé hasta la nevera y la abrí. Dos cervezas. Tomé una y la destapé. Sentía la garganta se