– Julián
Me despedí de mis padres temprano, luego de haber desayunado y despejado un poco mi mente. La noche anterior había sido un infierno, pero hoy el sol había salido y, con él, una mínima esperanza de seguir adelante.
—Tengo que irme a trabajar —les dije mientras me ponía la chaqueta.
Mi madre me miró con ternura, dejando el delantal a un lado. Se acercó y me dio un abrazo.
—Está bien, hijo. Que Dios te bendiga y te guarde donde vayas —susurró con esa voz suave que siempre me hacía sentir como un niño protegido.
—Amén, mamá —respondí con sinceridad, y le di un beso en la frente.
Me giré hacia mi padre, que estaba sentado en su sillón, leyendo el periódico. Me miró por encima de los lentes y sonrió con esa expresión que pocas veces mostraba, pero que valía más que mil palabras.
—¿Vendrás a almorzar? —me preguntó.
Negué con suavidad.
—No, papá. Hoy pasaré a recoger a Andrea al colegio. Quiero llevarla a almorzar, hablar con ella con calma. Se merece una explicación… y todo mi amor.