Gael.
Amaia cierra la puerta tras ella con un chasquido seco. El eco de la llave antigua girando en la cerradura resuena en la oscuridad del pasillo, en una noche que dejó de ser tranquila hace mucho tiempo. Su rostro está tenso, los labios apretados y los ojos parecen oscuros con una mezcla de miedo y reproche.
—Nadie podía saber de este lugar —dice, apenas contenida— Y, ahora tú y alguien más lo sabe... por tu culpa.
Me reprocha. Entonces elevo una ceja, sin molestarme en disimular la frialdad con la que la observo. Hay algo en su postura. Una mezcla de vulnerabilidad y acusación que debería resultarme irritante, pero hay algo un tanto cautivador.
—Vuelve a tu habitación. Enviaré a uno de mis hombres para protegerte a ti y a tu hermana. No te pasará nada.
Me observa, duda por un momento.
— ¿Y qué piensas hacer?
—Voy a revisar la casa. Si ese intruso dejó alguna huella la encontraremos.
Aprieta los labios, como si quisiera decir algo más, pero se contiene. No responde y se gira para