Amaia.
Un aroma dulce, demasiado para mi gusto inunda mi nariz con cierto desagrado, resulta evidente que acaba de cambiarse de ropa y perfumarse.
Me reacomodo para levantarme de la cama.
—Que escena más interesante —agrega con tono afilado, incluso aunque he ignorado su anterior comentario.
La observo y ella a mí, no sé qué expresión le estaré mostrando, pero la de ella es una mezcla de incredulidad y furia.
— ¿Qué haces en la cama de Gael? —vuelve a preguntar.
Ante su insistencia sonrío con calma y en lugar de defenderme, le sigo el juego.
—Tal vez deberías amarrar a ese hombre si no quieres que termine metiendo a cualquiera en su cama.
Los ojos de la viuda chispean de rabia.
— ¡No digas tonterías!
Me encojo de hombros.
—Sólo te doy un consejo —aparento inocencia, dejando atrás la contrariedad que mi cuerpo experimentó por culpa de Gael— Quiérete un poquito y hazte respetar —remato con indiferencia.
Ella se tensa, sus labios se curvan en una mueca y por un instante parece que se lan