Gael.
Amaia me observa con el ceño fruncido, los brazos cruzados y la mirada tensa, como si dudara entre la frustración y la sospecha luego de mi solicitud.
— ¿Encontraste al merodeador? —indaga ignorando lo que dije, pero con un dejo de ansiedad que no puede disimular.
—Mis hombres continúan buscándolo —respondo, arrastrando con lentitud mi mirada por su rostro—. Pero, lo más probable es que ya se haya esfumado.
Su expresión se ensombrece, baja la mirada y murmura:
—Nadie debía saber sobre ese lugar.
Algo en su tono enciende mi suspicacia.
— ¿Y por qué hay un despacho secreto en esta casa? ¿Qué clase de cosas se ocultan ahí?
Sus ojos me ofrecen desafío, sin palabras me gritan que no me entrometa, pero también deciden esquivarme como si temiera que pudiera encontrar respuesta en ellos.
—Cada familia diseña su hogar según sus necesidades. Esta casa no es la excepción.
No es una respuesta clara, menos satisfactoria, pero no insistiré, no todavía. Lo cierto es que esta mansión parece ten