Mundo ficciónIniciar sesiónEl amanecer llegó con una brutalidad fría y gris, disolviendo la magia salvaje de la noche.
Seraphina estaba temblando. La transición de vuelta a su forma humana no había sido la agonía de huesos rotos de la transformación inicial, pero la había dejado expuesta, vulnerable y desnuda sobre la tierra húmeda del bosque. El frío de la mañana le mordía la piel, pero más cortante era el recuerdo de los lobos de la patrulla gruñéndole, rechazándola. Una sombra cálida cayó sobre ella. Ronan. Ya estaba en su forma humana, aunque Seraphina no había visto el cambio. Se había puesto los pantalones, pero su torso seguía desnudo, una pared de músculos bronceados y cicatrices que parecía desafiar al frío. Se quitó la camisa negra que llevaba en la mano y, con un movimiento fluido y posesivo, la envolvió alrededor de los hombros de ella. La tela olía a él. Bosque húmedo y la sangre de la caza. —No tiembles —ordenó suavemente, abrochando los botones con dedos que, hace horas, eran garras letales—. Eres una loba. El frío ya no te toca como antes. —No es el frío —susurró Seraphina, mirando hacia la mansión que se alzaba como una bestia de piedra a lo lejos—. Son ellos. No me quieren, Ronan. Lo viste anoche. Me ven como un monstruo. Ronan levantó la vista, sus ojos dorados —el color aún no se había desvanecido al gris humano— brillando con una promesa violenta. —No me importa lo que vean. Me importa que obedezcan —la levantó en brazos como si no pesara nada—. Vamos. Tienen que verte, olerte humana y loba. Es el protocolo. El regreso a la mansión fue un paseo por el purgatorio. Entraron por las puertas principales, y el silencio que cayó sobre el personal y los guardias fue absoluto. No era respeto, era miedo. Ojos curiosos se clavaron en las piernas desnudas de Seraphina bajo la camisa de Ronan, en su cabello enmarañado, y sobre todo, en sus ojos. El verde y el oro. La marca de la vergüenza. Ronan no se detuvo. La llevó directamente al Gran Salón, donde el Consejo de Ancianos y los nobles de la manada esperaban. La noticia de la transformación había corrido más rápido que el viento. Cuando las puertas dobles se abrieron, Seraphina sintió que entraba en una boca llena de dientes. El salón estaba lleno. Hombres y mujeres vestidos con trajes impecables y vestidos de día, la aristocracia de la manada, formaban un pasillo humano. Al final, en un estrado elevado, Lord Marcus estaba sentado en una silla de respaldo alto que parecía un trono, mirándolos con la frialdad de un juez a punto de dictar sentencia de muerte. Ronan bajó a Seraphina al suelo, pero mantuvo un brazo alrededor de su cintura, anclándola a su costado. Un muro de protección contra las miradas afiladas. —Aquí está —anunció Ronan, su voz retumbando en el techo abovedado—. Seraphina. Mi compañera. Una de nosotros. El silencio se estiró, tenso como una cuerda de violín. Nadie se inclinó. Nadie ofreció el saludo de cuello. Una anciana, vestida de gris severo, dio un paso adelante desde el círculo de los Ancianos. Lady Elara. Su rostro era un mapa de arrugas, pero sus ojos eran agudos y crueles. —"Una de nosotros" es una exageración generosa, Alpha —dijo Elara, su voz seca como hojas muertas—. Sobrevivir a la mordida es una rareza, sí. Pero no cambia lo que es. Se acercó, arrugando la nariz al captar el aroma de Seraphina. —Huele a mestiza. Huele a sangre diluida. —Cuidado, Elara —advirtió Ronan, un gruñido bajo vibrando en su pecho. —Digo la verdad que todos callan —continuó la anciana, girándose hacia la multitud para que todos la oyeran—. Una convertida es una aberración biológica. La naturaleza no la diseñó para esto. Y todos sabemos el precio. Elara se volvió hacia Seraphina, y su mirada bajó con desprecio al vientre plano de la joven. —Sabes que será estéril. La palabra golpeó a Seraphina con la fuerza de un puñetazo. Estéril. —El linaje Thorsten termina con ella —sentenció Elara, clavando el último clavo—. No puede darte herederos, Ronan. No puede darte cachorros fuertes. Es un callejón sin salida genético. Una Luna seca. Los murmullos estallaron en la sala. "Estéril". "Débil". "El fin de la línea". Las miradas de desprecio se multiplicaron. El brazo de Ronan alrededor de Seraphina se apretó tanto que casi le dolió. La temperatura en la sala subió de golpe. —Suficiente. Ronan soltó a Seraphina y dio un paso adelante. Su cuerpo comenzó a temblar, la transformación amenazando con estallar allí mismo por pura furia. Sus ojos eran dos soles de oro líquido. —¡Escuchenme bien! —rugió, y los cristales de las lámparas vibraron—. ¡Me importa una m****a el linaje! ¡Me importa una m****a su aprobación! ¡Ella es mi compañera! ¡La elegí, la marqué y la transformé! Señaló a Elara, sus dedos convirtiéndose en garras negras. —Cualquiera que se atreva a insultarla de nuevo... cualquiera que se atreva a mirarla con desprecio... lo destriparé aquí mismo. No me importa si es un Anciano o mi propio padre. ¡Retaré a duelo a muerte a cualquiera que cuestione su lugar! El silencio regresó, esta vez teñido de terror puro. Nadie dudaba de que lo haría. El Alpha estaba al borde de la locura berserker por ella. Ronan respiraba con dificultad, desafiando a la sala entera con la mirada, esperando que alguien, cualquiera, diera un paso al frente para ser el ejemplo. —¡Alpha! Las puertas del fondo se abrieron de golpe, golpeando las paredes con un estruendo. Un guardia entró corriendo, tropezando. Su uniforme estaba manchado de barro y sangre seca, y su rostro estaba pálido por el esfuerzo. La tensión en la sala se rompió, toda la atención girando hacia el intruso. —¡Alpha! —jadeó el guardia, cayendo de rodillas en el centro del salón—. ¡Perdone la interrupción! ¡Es urgente! Ronan no bajó la guardia, pero giró la cabeza ligeramente. —Habla. El guardia levantó la vista, mirando a Ronan y luego, fugazmente, a Seraphina. —Nuestros rastreadores en el sector norte... encontraron algo. Una cabaña abandonada cerca de la frontera de Gabriel. El guardia tragó saliva, el miedo evidente en su voz. —Encontramos el rastro del niño. Encontramos a Hunter.






