Inicio / Hombre lobo / El rechazo del Alpha / 31 | Éxtasis y revelaciones
31 | Éxtasis y revelaciones

La noticia de que habían encontrado a Hunter debería haber sido un bálsamo. En cambio, fue el fósforo que encendió la mecha.

—¿Vivo? —preguntó Seraphina, su voz estrangulada—. ¿Está vivo?

—Encontramos ropa... y sangre —admitió el guardia, bajando la cabeza—. Pero el rastro es fresco.

El mundo de Seraphina se inclinó. Sangre. Su hermano, solo, herido, en manos de Gabriel. El pánico no fue una ola fría esta vez; fue un incendio forestal. Su corazón empezó a latir tan rápido que le dolía el pecho, bombeando no solo adrenalina, sino algo más. Algo antiguo, químico y volátil que había estado latente desde la mordida.

De repente, el aire del Gran Salón se volvió irrespirable. Su piel comenzó a arder, una fiebre repentina y violenta que la hizo jadear.

Ronan, que estaba ladrando órdenes a sus generales para movilizarse, se detuvo en seco a mitad de una frase.

Sus fosas nasales se ensancharon.

Se giró lentamente hacia ella. Sus ojos, que habían estado fijos en el mapa de guerra mental, cambiaron. El gris desapareció, consumido por un oro oscuro y líquido, un color de miel quemada y deseo primitivo.

El olor golpeó a la sala entera un segundo después. No era perfume. Era una feromona dulce y embriagadora que gritaba necesidad.

—Todos fuera —gruñó Ronan. Su voz era baja, peligrosa, vibrando con una advertencia que hizo que los guardias retrocedieran instintivamente.

—Pero Alpha, la patrulla... —empezó Caleb.

—¡HE DICHO FUERA! —El rugido de Ronan fue bestial.

El salón se vació en segundos. El sonido de las puertas cerrándose dejó un silencio pesado y cargado.

Seraphina se abrazó a sí misma, sus rodillas temblando. El calor en su vientre era insoportable, una urgencia líquida que le nublaba la mente. Quería a Ronan. Lo necesitaba con una desesperación que eclipsaba incluso el miedo por Hunter. Su lobo interior estaba aullando, exigiendo a su compañero para calmar la angustia, para asegurar la vida ante la amenaza de la muerte.

Era el Celo. La Fiebre de Luna. Desencadenada por el trauma.

Ronan se acercó a ella. No corrió. Acechó. Cada paso era deliberado, sus ojos devorándola.

—Seraphina... —su nombre fue un gemido en sus labios.

Cuando la tocó, fue como si un rayo cayera en la sala. La levantó en brazos, no con cuidado, sino con una posesión hambrienta, y la llevó fuera del salón, subiendo las escaleras hacia su habitación, ignorando al mundo que ardía afuera.

Pateó la puerta de su dormitorio y la cerró tras de sí, sellando el mundo.

La dejó sobre la cama, y su cuerpo grande y pesado la siguió de inmediato, cubriéndola, protegiéndola, reclamándola.

Ya no había rechazo. No había política, ni Isabelle, ni dudas. Solo había piel contra piel, el roce áspero de su tenue barba contra el cuello de ella, sus manos grandes arrancando la camisa que le había prestado para llegar a la piel suave de debajo.

—Mía —gruñó él contra su garganta, lamiendo la marca de su mordida, reavivando el vínculo—. Eres mía.

—Tuya —jadeó ella, arqueándose contra él, sus uñas clavándose en los músculos de su espalda—. Ronan, por favor...

La unión fue inevitable, una colisión de almas y cuerpos que llevaban negándose demasiado tiempo. No fue suave, fue una batalla desesperada por la cercanía.

Ronan la tomó con una intensidad reverente y salvaje, adorando su cuerpo nuevo, sus cicatrices, su fuerza. Cada toque borraba un recuerdo de dolor. Cada beso era una promesa de lealtad eterna.

El vínculo mental entre ellos se abrió de par en par. Seraphina sintió el amor de él, una marea inmensa y aterradora que la envolvía, protegiéndola de todo mal. Sintió su miedo a perderla, su devoción absoluta. Él ya no era el Alpha de hielo; era fuego puro, y ardía solo por ella.

El clímax llegó como una explosión de luz blanca, destrozando la realidad.

Y en ese momento de vulnerabilidad absoluta, cuando sus almas estaban entrelazadas y las barreras mentales habían caído, la mente de Seraphina se proyectó hacia afuera.

La luz blanca se oscureció.

La habitación desapareció. El olor a Ronan desapareció.

De repente, estaba en otro lugar.

Hacía frío. Olía a humedad, a tierra mojada y a algo podrido, como huevos podridos. Azufre.

Estaba flotando en la oscuridad.

Escuchaba el goteo constante de agua.

Vio barrotes de hierro oxidado.

Y detrás de los barrotes, acurrucado en un rincón sucio, envuelto en harapos, estaba Hunter. Estaba pálido, temblando, pero vivo. Sus ojos estaban cerrados, y sus labios se movían en una plegaria silenciosa.

No estaba en una cabaña. Estaba bajo tierra.

Una risa resonó en la oscuridad. Una risa que Seraphina conocía.

Gabriel.

El Alpha rival apareció en su visión, pero no estaba solo. Estaba de pie frente a la celda, con una antorcha en la mano. La luz iluminaba las paredes de roca. No era una prisión normal. Eran túneles. Túneles antiguos, apuntalados con vigas de madera podrida.

Gabriel se rió de nuevo, mirando hacia la oscuridad del túnel que se extendía más allá de la celda.

—Pronto —le dijo a la oscuridad—. Pronto te traeré a la Reina.

Seraphina gritó, pero no tenía voz.

El mundo se sacudió violentamente.

Abrió los ojos.

Estaba de vuelta en la habitación, empapada en sudor, jadeando, con el corazón desbocado. Ronan estaba sobre ella, sosteniendo su rostro, sus ojos dorados llenos de alarma.

—¿Seraphina? —preguntó, sintiendo el cambio en ella a través del vínculo—. ¿Qué pasó? ¿Qué viste?

Seraphina se aferró a sus hombros, sus uñas clavándose en su piel, sus ojos bicolores, verde y oro, muy abiertos por el horror y la certeza.

—Lo vi —susurró, su voz temblando—. Vi a Hunter. Sé dónde está.

Miró a Ronan, la visión grabada en su mente como un mapa de fuego.

—No está en la cabaña, Ronan. Es una trampa. Está bajo tierra. En las minas viejas.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP