Redsy entra al nuevo club nocturno que acaba de comprar, el entra usando una gabardina oscura para fingir que es otro cliente y de ese modo saber el estado del lugar, cuando de pronto no puede creer lo que ve, su esposa estaba ahí bailando en uno de esos tubos usando una lencería sexy color purpura. Rápidamente molesto se dirige hasta donde esta ella. Mientras ella recogía del suelo el poco dinero que le habían lanzado por el baile que hizo, alguien la toma de la mano. —¿Qué haces aquí? —Dijo Redsy molesto al verla ahí, usando esa lencería y enseñando su cuerpo casi desnudo a todos esos hombres. —Suéltame —dijo ella molesta y confundida pues nunca lo había visto—. Si quieres tocarme pide un cuarto privado después del show —dijo ella liberándose de el para continuar recogiendo el dinero del suelo. Redsy al escuchar eso molesto la baja de ahí para después cubrirla con su gabardina oscura.
Leer másRedsy se levantó de la cama, dejando descansar a las dos mujeres bellas con las que había pasado la noche. Se dirigió al baño, se duchó, y tras unos minutos salió envuelto en una bata. Luego se vistió con un traje elegante, sin corbata, preparándose para otro día más de atender las exigencias absurdas de Verónica, la reina del país llamado Eris.
—¿Debería comprar este edificio? —murmuró Redsy, observando la ciudad desde su penthouse.
Con disgusto, tomó el ascensor. Podía bajar rápidamente hasta el comedor, pero debía mantener un perfil bajo, según las órdenes de Verónica.
Mientras comía un filete asado en el comedor del hotel, una mujer vestida de sirvienta se le acercó.
—Buenos días, jefe Redsy —dijo ella, sonriendo mientras dejaba unos documentos sobre la mesa.
—Buenos días, Ángela. ¿Quieres comer algo? —respondió Redsy con una sonrisa.
—Gracias por la oferta, pero ya comí. Por cierto, hay alguien que lo espera en la limusina. Dice que es algo importante —informó Ángela, aún sonriendo.
—Ok, enseguida salgo —dijo Redsy, algo molesto por no poder disfrutar tranquilamente de su comida mientras revisaba los documentos.
—Bien, lo espero en la limusina —dijo Ángela, alejándose.
Tras comer rápidamente, Redsy tomó los documentos y salió del hotel. Afuera lo esperaba Ángela, esta vez con un uniforme más formal de secretaria. Ella abrió la puerta de la limusina con una sonrisa.
Al subir, Redsy notó a otra mujer vestida de sirvienta con más documentos. No era una de las suyas, así que dedujo que había sido enviada por Verónica.
Ya en camino al castillo de la reina, la sirvienta se acercó con timidez.
—Esto... me dijeron que se lo entregara —dijo, extendiendo los documentos.
Redsy los tomó con fastidio.
Maldita sea, ¿en serio? ¿Más peticiones? Si no fuera mi familiar, ignoraría todo esto, pensó mientras comenzaba a leer.
Al revisar los documentos, encontró algunas solicitudes razonables: construcción de escuelas, hospitales, expansión agrícola, mantenimiento de caminos, donaciones... pero la mayoría eran absurdas. Dinero para comprar 300 buras y darse baños de leche, crear un lago artificial para relajarse, renovar el jardín porque “le causaba estrés”, cambiar todos los autos por modelos de lujo, construir una pista para jet privado, comprar el jet... y lo peor: una estatua de 22 metros hecha 100% de oro para demostrar la riqueza del reino.
No soy su maldito cajero automático. Ni siquiera Violeta pide cosas tan absurdas, pensó Redsy, molesto. Tal vez fui muy duro con ella... aunque si le aumento la mesada, podría terminar como Verónica.
La sirvienta notó su expresión de enojo.
—Lo siento mucho, solo hago mi trabajo —dijo, nerviosa.
—Lo siento, no quise asustarte —respondió Redsy, calmándose.
Continuó leyendo, pero volvió a perder la paciencia.
—¿Es en serio? ¿Un formulario de matrimonio? ¿Pensaban que firmaría todo sin leer? —exclamó, furioso.
—Lo siento, yo no sabía. Solo debo entregar y recoger los documentos. Es mi primer día —dijo la sirvienta, preocupada.
En ese momento, Redsy escuchó el sonido de un avión. Miró por la ventana: estaban cerca del aeropuerto.
—Ángela, cambio de planes. Llévame a la entrada del aeropuerto —ordenó, sonriendo.
—Bien... pero ¿qué haremos con ella? —preguntó Ángela, sorprendida.
Redsy miró a la sirvienta, algo nerviosa.
—Dime, ¿realmente te gusta ser sirvienta? —preguntó, entregándole los documentos.
—¿Qué...? —respondió ella, confundida.
Redsy la miró a los ojos, leyendo su mente. Sabía que había aceptado el trabajo por el sueldo, casi el triple del salario mínimo.
—Ya veo. Te dijeron que sería sencillo: entregar y recoger documentos con buen salario. Lidia, te haré un favor —dijo con una sonrisa gentil.
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó Lidia, sorprendida y algo sonrojada.
Redsy sacó su celular.
—Revisa tu cuenta bancaria —le dijo.
Lidia lo hizo, y no podía creer lo que veía. Tenía 100 mil dalias ahorradas (10 mil dólares), pero ahora aparecían 1.100.000 dalias (110 mil dólares). Redsy le había transferido un millón.
—Es mucho dinero... ¿esto es real? —preguntó, atónita.
—Sí. Te hice un favor, ahora necesito uno —dijo Redsy, sonriendo.
Lidia, sonrojada, comenzó a desabotonarse el uniforme.
—¡Espera, espera! No es lo que quiero —dijo Redsy, sorprendido.
—¿No es lo que siempre hace? —preguntó Lidia, avergonzada, abotonándose de nuevo.
Maldita sea, Verónica... ¿qué estás diciendo sobre mí?, pensó Redsy.
—Lo que quiero es que renuncies y cumplas tu sueño de abrir una cafetería. Ya no necesitas ahorrar. Empieza hoy —dijo con ternura.
—¿No vendrá a cobrarme después? ¿No es una trampa? —preguntó Lidia, aún desconfiando.
Redsy escribió un contrato y lo firmó.
—Esto será lo último que firme en este país —dijo, entregándoselo.
Lidia lo leyó y lo firmó con una sonrisa. El contrato decía que recibía un millón de dalias a cambio de renunciar y abrir su cafetería, y que, si podía, ayudara a alguien más como él la había ayudado.
—Ya llegamos —dijo Ángela.
—Gracias, Ángela. Bueno, ya me voy. Adiós, Lidia —dijo Redsy, saliendo de la limusina.
—¿A dónde va? ¿No debía reunirse con su majestad? ¿Qué le diré? —preguntó Lidia, preocupada.
—Ese ya no es tu problema. Recuerda que vas a renunciar —respondió Redsy, sonriendo.
Ángela intentó seguirlo.
—Lo siento, Ángela. Esta vez no puedes acompañarme —dijo Redsy.
—Pero jefe, siempre lo he acompañado. Incluso en sus viajes —dijo ella, confundida.
—Ahora que lo pienso, es cierto. No has tenido ni una semana de vacaciones en cinco años —reflexionó Redsy—. Tómate uno... no, dos meses de descanso. Seguirás recibiendo tu sueldo cada mes —dijo, emocionado.
—En ese caso, déjeme seguirlo... no como su chofer, sino como una acompañante —dijo Ángela, algo sonrojada.
—Lo siento, Ángela, pero esta vez yo manejaré mis propios vehículos —respondió Redsy, sonriendo mientras la interrumpía.
—Pero jefe... —murmuró ella, triste, sintiendo que la estaba abandonando.
—Como último trabajo, lleva a la señorita Lidia al reino para que entregue los documentos a Verónica. Ya sabes dónde dejar la limusina. Adiós —dijo Redsy con una sonrisa gentil, entrando a la estación del aeropuerto.
Ángela, algo preocupada, subió a la limusina junto a Lidia.
—Es hora de expandir el distrito rojo —dijo Redsy, feliz, mirando los distintos destinos disponibles.
Por otro lado, la reina Verónica recibió los documentos y notó que ni siquiera la mitad estaban firmados. Además, su nueva sirvienta había renunciado. Furiosa, ordenó que llamaran a Redsy, pero le informaron que no respondía. Su celular parecía apagado. Algo extraño, pues siempre contestaba, incluso de madrugada.
Esa misma tarde, Redsy llegó a otro país y compró un nuevo penthouse para vivir allí.
—Por fin tendré algo de tiempo sin que Verónica me llame a cada rato para arreglar los problemas del reino. Bien, es hora de reunirme con el dueño del club nocturno Sirenas —dijo, feliz, observando la nueva ciudad.
Se reunió con Tony, un hombre mayor rodeado de dos jóvenes mujeres vestidas con ropa ajustada y reveladora. Detrás de él, una tercera mujer vestía un traje elegante: era Carolina.
Tras una breve conversación, Redsy hizo una gran transferencia de dinero. Tony, encantado, le entregó los papeles de propiedad.
—Bien, el club Sirenas ahora es tuyo. Carolina te enseñará el lugar. Adiós, Redsy —dijo Tony, sonriendo mientras se alejaba con las dos mujeres tomadas de la cintura.
—Buenas tardes. Me llamo Carolina. Espero poder llevarme bien con usted. Acompáñeme, por favor, lo llevaré al lugar —dijo ella, sonriendo con cortesía, aunque desconfiando de este nuevo dueño.
—Muchas gracias. Me gustaría visitar el lugar esta noche, para ver cómo funciona —respondió Redsy con una sonrisa.
—Bien. En ese caso, lo esperaré en el club —dijo Carolina, aún con reservas.
Mientras Redsy nadaba en dinero, otros apenas sobrevivían. A las 7 p.m., sonó el despertador. Ariadna y su amiga Yesica se levantaron para comenzar otra noche de trabajo. Bailaban y vendían sus cuerpos por dinero. Yesica lo hacía por vanidad: bolsos, perfumes, lujos. Carolina, en cambio, lo hacía por necesidad.
Redsy, tras comprar un auto de lujo, se dirigió a su nuevo club nocturno para inspeccionarlo. Quería traer a sus súcubos, que estaban al tope en el distrito rojo. Verónica había intentado destruir ese distrito, pero al ver que implicaría una guerra contra dos millones de súcubos, tuvo que desistir.
A las 9 p.m., Redsy entró como cliente, usando una gabardina de cuero oscura. Caminó por su nueva propiedad, evaluando qué debía mejorar. El lugar estaba lleno de humo y olores desagradables. Probó una bebida, pero notó que era de mala calidad, mezclada con ingredientes vencidos o imitaciones baratas. Un humano no lo notaría, pero Redsy sí: él no era humano.
Al observar a las chicas que bailaban en el tubo, algo llamó su atención. Miró con más detalle... y dejó caer la copa. Su esposa estaba allí, bailando con una lencería púrpura.
Molesto, se dirigió hacia ella.
Mientras ella recogía el poco dinero que le habían lanzado, alguien la tomó de la mano.
—¿Qué haces aquí? —dijo Redsy, furioso al verla mostrando su cuerpo casi desnudo.
—Suéltame —respondió ella, molesta y confundida—. Si quieres tocarme, pide un cuarto privado después del show.
Se liberó de él y siguió recogiendo el dinero.
Redsy, aún más molesto, la bajó del tubo y la cubrió con su gabardina. En ese momento, los guardias de seguridad se acercaron, creyendo que era un cliente problemático. No sabían que él era el nuevo dueño del lugar.
Ariadna despertó en su cuarto. Una voz familiar la hizo girar la cabeza. A su lado, Natacha estaba sentada sobre Yesica, quien le ayudaba a leer un cuento, pues había faltado como 1 año a clases.—¿Natacha? —murmuró Ariadna, confundida y sorprendida.—¡Hermanaaa! —exclamó Natacha, saltando de Yesica para abrazarla con fuerza a Ariadna.—¿De verdad eres tú? —preguntó Ariadna, incapaz de creerlo. La última vez que la vio, Natacha estaba delgada, pálida, sin cabello… pero ahora irradiaba salud, como si nunca hubiera estado enferma.—Sí, soy yo —respondió Natacha con una sonrisa radiante.Ariadna la abrazó con fuerza, llorando de felicidad. Pero entonces, Natacha dejó de sonreír.—Lo siento mucho… perdón —susurró, llorando mientras se aferraba a su hermana.—No tienes por qué llorar, pequeña. Ya te dije que no fue tu culpa —intervino Redsy.—¿Redsy? ¿Desde cuándo estás aquí? —preguntó Ariadna, sorprendida. No lo había notado; toda su atención estaba en Natacha.—Natacha, ¿quieres ver algo
—Ahora lo entiendo todo… Tu forma extraña de actuar y la razón de ese contrato absurdo —dijo Ariadna, tocando el cuadro.—Por cierto, preguntaste qué era. Pues soy el Representante de la lujuria —respondió Redsy, guardando el cuadro.—¿Representante de la lujuria? ¿Eres un demonio? ¿Humano? —preguntó Ariadna, confundida y aún con algo de miedo.—No, no soy un demonio. Literalmente represento a la lujuria, aunque me considero humano. De hecho, existen muchos representantes más: la venganza, el amor, la gula, la promesa, la mentira, la avaricia, la ira, la desesperación… y otros —dijo Redsy, sonriendo.—Entonces… ¿realmente perteneces a la familia Butterfly? —preguntó Ariadna, preocupada al darse cuenta de algo terrible.—Sí. De hecho, tengo el rango de príncipe —dijo Redsy con una sonrisa traviesa, pues al leer su mente y notar su inquietud, quiso jugar un poco con ella.—¿Príncipe? —repitió Ariadna, sorprendida y aún más preocupada.—Por cierto, puedo leer tu mente. Así que no te preo
Volviendo al presente.Ariadna, ya en su cuarto después de leer el contrato, se queda pensando.—Aunque Natasha se cure del cáncer, este podría volver en el futuro… por lo que ella volvería a necesitar mucho dinero para su tratamiento —dijo Ariadna, mirando la parte donde se indicaba que recibiría un millón de dalias por día—. Además, ya fui el juguete personal de alguien por un mes, y de algunos por casi un mes… ¿qué son cuatro meses más, para después nunca más preocuparme por el dinero en toda mi vida?Firmó el contrato. Al abrir la puerta, vio a Yesica llorando. Ella había fingido irse, pero en realidad se había quedado escuchando. Las palabras de Ariadna la hicieron sentirse como la peor amiga del mundo. Rápidamente la abrazó con fuerza.—Perdóname, amiga. Fui egoísta. Al ver esa cantidad de dinero perdí la cabeza y… lo siento —dijo Yesica entre lágrimas.Después de soltarla, la miró a los ojos con tristeza y le quitó el contrato.—¿Qué haces? —preguntó Ariadna.Yesica, al ver que
En su trabajo, Ariadna vio que continuaban preparando toda la ropa para el pedido de Redsy. Revisaban que todo estuviera en orden.Ariadna estaba algo preocupada por Rose, pues mandó revisar el pedido más de tres veces y pidió que no incluyeran ropa color violeta ni tonos similares. Si encontraban alguna, debían llevarla directamente a su oficina.—¿Tan importante es este pedido? —preguntó una de sus amigas.—Es cierto, nunca había visto a Rose tan preocupada —añadió otra.Al finalizar, todas estaban agotadas de empaquetar las lencerías en cajas pequeñas, luego en cajas más grandes, sin mencionar que tuvieron que contar y revisar que todo estuviera en perfecto orden.—Muchas gracias. Como veo que están cansadas, hoy pueden irse temprano. Nos vemos el lunes. Muchas gracias a todas —dijo Rose, algo fatigada pero feliz, pues lo único que faltaba era entregar el pedido mañana al mediodía.Al volver a casa, Ariadna vio que muchas personas recogían sus pertenencias, las etiquetaban y las gu
Con el tiempo, queriendo terminar de una vez con la maldita deuda que tenía para poder tener una vida tranquila trabajando en la tienda de Rose, empezó a vender su cuerpo. Al fin y al cabo, ya no le daba tanta importancia a lo que le pasara. Después de todo, aquel hombre había jugado tanto con ella que ya no sentía respeto por su propio cuerpo. Además, había abandonado su sueño de ser actriz, pues sabía que su pasado la seguiría el resto de su vida. Apenas se hiciera famosa, hablarían de eso. Pero eso sí: no aceptaría menos de cinco mil dalias (500 dólares).Si querían que usara algún disfraz o lencería, debían pagar un extra para que ella lo consiguiera. Con el pasar de los días, se metió en el mundo de los roles de personajes. Como actuaba tan bien, muchos quedaban tan complacidos que estaban dispuestos a pagar hasta veinte mil dalias la hora (2.000 dólares).Cuando conoció a Redsy, pensó que era otro más. Empezó pidiéndole cinco mil dalias, pero él le ofreció mucho más. Pensó que,
Después de que él se retirara, Ariadna tomó rápidamente la pastilla que Carolina le había dado, pues no quería quedar embarazada.Esa misma noche llamó al hospital y transfirió los dos millones para que iniciaran la operación. Después de eso, Carolina permitió que Ariadna se fuera acompañada de Yesica, para que la consolara.A pesar de haberse dado una larga ducha, Ariadna se sentía sucia. Se consolaba a sí misma repitiendo que lo había hecho para salvar a Natacha.Con los dos millones de dalias que le sobraron, pagó la mitad de los cuatro millones que debía. Ahora solo le faltaba reunir otros dos millones para ser libre. Pero desde ese día notó que ya no recibía tanto dinero como antes. Los clientes dejaron de solicitar bailes privados, y ese mes, sumando su sueldo, apenas había ganado cuarenta mil dalias (cuatro mil dólares). Tuvo que recurrir a sus ahorros para completar los doscientos mil dalias de intereses. Si eso continuaba, tendría que seguir usando sus ahorros solo para cubri
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