Al ver que ella no estaba, Redsy se levantó de la cama rápidamente, buscándola con desesperación, como si se tratara de una pesadilla.
—¡¿Erisia?! ¿Dónde estás? —gritó, preocupado—. ¿Lo de anoche fue solo un sueño? —se preguntaba en su mente.
Al bajar por las escaleras, logró verla. Ella estaba allí, usando una bata blanca de baño y unas pantuflas del mismo color.
—Hola, buenos días. Lo siento por dejarte solo en la cama —dijo ella, sonriendo con suavidad, al escuchar cómo él había pronunciado el nombre de esa mujer con desesperación.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Redsy, aliviado pero aún molesto, mientras bajaba.
—Lo siento, tenía algo de hambre... pero no hay nada en el refrigerador —respondió ella, disculpándose.
—Bien, en ese caso... —dijo Redsy, ya más calmado.
Fue hasta la cocina, buscó entre los cajones y sacó una carta de menú del hotel.
—Aquí está —dijo, entregándosela.
—¿No pedirá él? —pensó ella, algo confundida al tener el menú en sus manos.
—Pide un bistec y jugo de durazno para mí. Tú pide todo lo que quieras, sin miedo. Me daré un baño —dijo Redsy, subiendo las escaleras.
Mientras ella revisaba el menú, lleno de imágenes a color de platillos, bebidas y postres, Redsy se detuvo en las gradas, recordando algo.
—Casi lo olvido. Cuando escuches el timbre, abre la puerta presionando el botón grande que está en la entrada —dijo, antes de seguir subiendo.
Ella buscó el bistec en el menú y se sorprendió al ver el precio.
—¿Mil dalias (100 dólares) por un trozo de carne con verduras y arroz? —murmuró, incrédula.
Siguió revisando los platillos. Los precios iban desde 500 dalias (50 dólares) hasta 10 mil dalias (1000 dólares). Pero al final del menú, algo la dejó sin palabras.
—¿Cien mil dalias (10 mil dólares) por un cangrejo rojo? —dijo, muy sorprendida.
—¿Debería pedirlo...? —dudó.
—No, no puedo —dijo, alejando el menú como si intentara resistirse a la tentación.
Tragó saliva mientras recordaba las reseñas: decían que era la carne más deliciosa que habían probado, que incluso el caparazón era suave y sabroso. Algunos lamían el plato. Otros usaban sus ahorros solo para probarlo. Algunos decían que venderían sus almas por comer cangrejo rojo todos los días.
—Es demasiado caro... podría enojarse —pensó, dudando—. Pero él me dijo que pidiera sin miedo. Es una oportunidad única.
Tomó el teléfono y, nerviosa, realizó el pedido.
—Buenos días, ¿en qué podemos servirle? —dijo la recepcionista.
—Hola, me gustaría pedir un bistec, jugo de durazno y un can... cangrejo ro... rojo, por favor —dijo ella, titubeando.
—Disculpe, ¿qué fue lo último que dijo? No la escuché bien —preguntó la recepcionista.
—Un cangrejo rojo —repitió, nerviosa.
—Bien, un bistec, jugo de durazno y un cangrejo rojo. ¿Correcto?
—Hehe... sí —respondió ella, con una sonrisa nerviosa.
—Perfecto. Le llevaremos la comida en veinte minutos. Disculpe la demora. Gracias y buen día —dijo la recepcionista, antes de colgar.
Ella colgó también, pero una sensación de arrepentimiento la invadió.
—¿Qué hago ahora...? ¿Por qué siento esto? Mejor lo cancelo y pido otro bistec —dijo, preocupada.
Estaba por llamar de nuevo cuando escuchó los gritos de Redsy desde el dormitorio.
—¡Erisia, ven rápidamente aquí! —dijo, molesto.
—¿En serio va a seguir con el rol...? —pensó ella, fastidiada, mientras subía las escaleras.
Al llegar, lo vio sosteniendo el overol y la camisa que le había comprado.
—¿Qué es esto? —preguntó Redsy, molesto.
—¿A qué te refieres? —dijo ella, confundida.
—¿Qué ropa estás usando ahora mismo? —preguntó él, con el ceño fruncido.
—Pues... la misma bata que tú llevas puesta —respondió ella, señalando la bata de baño que él también usaba, con el cabello aún mojado.
—¿Te bañaste rápido? —preguntó, sorprendida.
—No cambies de tema. Quiero saber por qué te quitaste la ropa que te compré —insistió Redsy.
—No había diferencia. Además, esta es más cómoda —dijo ella, molesta.
—¿A qué te refieres...? —preguntó Redsy, confundido.
—No llevo nada debajo de esta bata blanca —respondió ella, cruzando los brazos.
—¿Espera... no llevas nada puesto...? —dijo Redsy, sorprendido, mirándola de pies a cabeza.
—Esa cosa me daba comezón. No tengo ropa interior, y la lencería que tenía la mandaste a lavar. ¿No lo recuerdas? —dijo ella, molesta.
Redsy tragó saliva. La situación era demasiado para él. A diferencia del overol y la camisa, que le daban un aire conservador, esa bata de baño la hacía ver provocativa. Solo bastaba desatar el nudo para dejarla completamente desnuda. No quería perder el control ni lastimarla.
Le entregó la ropa rápidamente y entró al baño.
—Necesito darme una ducha fría. Por favor, ponte esa ropa. Después te compraré otro —dijo, encendiendo la ducha sin activar el calentador.
Mientras Redsy se duchaba con agua helada, ella recordó el pedido que había hecho. Corrió a la cocina para cambiarlo.
Llamó, algo apurada.
—Buenos días, ¿en qué podemos servirle? —dijo la recepcionista.
—Hola, quisiera cambiar el pedido. Ya no quiero el cangrejo rojo. En su lugar... —dijo ella, rápidamente.
—Lo sentimos mucho —interrumpió la recepcionista—. Ya lo están friendo. Como es un platillo especial, no podemos hacer el cambio. Lo siento.
Ella colgó el teléfono, frustrada.
—Creo que se va a enojar... Ay, ¿por qué pedí eso...? —dijo, muy preocupada.
En eso, a ella se le ocurre una idea.
—Espera un momento... si me pongo esa ropa y sigo con el rol, no creo que se enoje conmigo. No sería Ariadna, la mujer que pagó por toda la noche... sería Erisia, la mujer que está de luna de miel con Charly —dijo, sonriendo al encontrar la solución a su problema.
Rápidamente subió al piso superior, se colocó la camisa y el overol de tirantes. Luego bajó y se dirigió al comedor, una sala elegante con una mesa rectangular de vidrio y ocho asientos: uno en cada extremo y tres a lo largo de cada lado. Ella decidió sentarse en uno de los extremos, esperando pacientemente que todo saliera bien.
Mientras tanto, Redsy salió de la ducha tras diez minutos, encendió la televisión para ver las noticias y comenzó a vestirse con ropa casi formal. Se quedó allí, observando la pantalla mientras esperaba la comida. Las noticias seguían hablando del gran préstamo solicitado por la reina Verónica.
—Seguramente piensa que, cuando vuelva, voy a pagar esas deudas como las otras veces. Si supiera que ahora pienso quedarme a vivir aquí... se volvería loca. Me pregunto cuánto tardará en destruir la economía del reino... o mejor dicho, del país —pensó Redsy, riéndose para sí.
En ese momento, se escuchó el timbre.
Ella se dirigió a la puerta y presionó el botón grande. La puerta se abrió y entró un camarero empujando un carrito de servicio con la comida, las bebidas y dos vasos.
Redsy bajó las escaleras y vio que ella ya estaba sentada en uno de los extremos de la mesa. Él se sentó en el extremo opuesto. El camarero comenzó a servir los platos frente a ellos, retirando las cubiertas que mantenían la comida caliente. Primero quitó la de Redsy, luego la de ella.
—Espera un momento... yo no pedí esto —dijo Redsy, algo molesto, mirando su plato y el de ella.
—Lo siento... yo pedí eso —respondió ella, preocupada.
—Me refería a que yo pedí el bistec —dijo Redsy, mirando al camarero.
El camarero, al verla vestida como granjera, pensó que el bistec era para ella. Al ver a Redsy, asumió que el cangrejo rojo era suyo.
—Mis disculpas por la confusión. Enseguida cambio los platos —dijo el camarero.
Tras corregir el error y servirles jugo de durazno, el camarero se retiró.
—¿No estás molesto conmigo? —preguntó ella, mirando a Redsy.
—¿Por qué lo estaría? —respondió él, confundido.
—Bueno... pedí cangrejo rojo. ¿Sabes cuánto cuesta? —dijo ella, fingiendo una sonrisa.
—Te pedí que eligieras cualquier cosa del menú sin miedo. Y si te soy sincero, lo que acabas de pedir no se compara en nada a las peticiones caprichosas y absurdas de cierta persona que conozco. Así que disfruta tu comida antes de que se enfríe —dijo Redsy, sonriéndole con gentileza.
—Gracias por la comida —respondió ella, sonriendo mientras miraba el cangrejo rojo en su plato.
No sabía por dónde empezar, así que decidió probar primero las patas. Se sorprendió de lo fácil que fue arrancarlas. Al probar la carne, sintió una sensación indescriptible. Las palabras “delicioso”, “sublime” y “exquisito” no eran suficientes para describir lo que experimentaba.
Rápidamente comenzó a devorar el cangrejo, arrancando las patas una por una, mientras de su boca salían sonidos de placer y satisfacción. Cuando recobró la conciencia, se dio cuenta de que estaba lamiendo el plato.
Redsy, que ya había terminado de comer, la observaba con una sonrisa.
—Ten cuidado... no te vayas a comer el plato también —dijo, riendo.
—Qué vergüenza... ¿en serio hice eso? —dijo ella, avergonzada, cubriéndose la cara con el plato.
—No te avergüences. Al menos no te comiste el plato como si fuera una galleta como cierta persona que conocí —dijo Redsy, divertido.
—No creo que exista alguien que se coma los platos —respondió ella, dejando el plato limpio sobre la mesa.
—Hay muchas cosas que desconoces —dijo Redsy, sonriendo.
Tomó su vaso de jugo de durazno con la mano derecha.
—Salud —dijo, alzando el vaso como si brindara, y lo bebió de un solo trago.
—Salud —repitió ella, siguiéndole el juego y haciendo lo mismo.
—Bien, ya que terminamos de comer y beber... es hora de ir a comprarte algo de ropa —dijo Redsy, sonriendo.