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Cap. 2 Soy tuya por esta noche.

—Disculpe, pero suelte a la chica y retírese, por favor —dijo uno de los guardias, algo molesto.

En ese momento, Carolina, la administradora del club, se acercó para ver qué ocurría. Al reconocer a Redsy, se apresuró a intervenir antes de que la situación empeorara.

—¡Deténganse! Él es Redsy, el nuevo dueño del que les hablé —dijo Carolina, molesta.

—Lo sentimos mucho —respondió uno de los guardias, preocupado por ser despedido.

—Jefe Redsy, ¿por qué no habló primero conmigo para presentarlo ante todos? Así lo habrían reconocido —reclamó Carolina.

—Ahora no, Carolina. Tengo que hacer algo —dijo Redsy, molesto, mientras se llevaba a la chica.

—No te preocupes, estarás bien —le dijo Carolina a la joven, con una mirada comprensiva.

Redsy la sacó del lugar, la subió a su auto y se marchó.

—¿Adónde me lleva? Necesito continuar con el show. ¿Al menos me va a pagar? —dijo ella, molesta. No había podido recoger todo el dinero del suelo, y para ella cada billete era valioso.

Redsy, irritado, sacó su billetera y se la entregó.

—¿Eso es suficiente? —preguntó con tono seco.

Ella revisó la billetera y se sorprendió al ver varios billetes nuevos de 5 mil dalias.

—¿Billetes de 5 mil? Es la primera vez que los veo. ¿No son falsos? —preguntó, desconfiada.

—Si no los quieres, puedo hacerte una transferencia —respondió Redsy, aún molesto.

—Está bien, los aceptaré —dijo ella con cautela—. Pero quiero saber cuántas horas serán. Cobro 5 mil dalias la hora. No soy barata.

—Toda la noche —respondió Redsy.

—¿Toda la noche? —repitió, sorprendida. Nadie le había pedido eso antes—. Serían 50 mil dalias —calculó rápidamente.

La desconfianza persistía: esos billetes recién habían entrado en circulación hacía apenas dos días.

Ella tomó diez billetes y le devolvió la billetera.

—Bien, con esto soy toda tuya por esta noche —dijo, feliz.

Redsy se sintió molesto y emocionado al mismo tiempo. Su mente estaba en conflicto.

—Puedes tomar todos los billetes si quieres —dijo Redsy.

—¿En serio? ¡Muchas gracias! —exclamó ella, abrazándolo rápidamente.

Redsy sintió cómo su corazón se aceleraba por unos segundos. Ella, por su parte, comenzó a contar los billetes. Eran 24: 120 mil dalias.

—¿Bien, cómo quieres que me llame? —preguntó, entusiasmada.

—Erisia —respondió Redsy, dudando.

—¿Erisia? Suena raro, pero está bien —dijo ella, algo confundida—. ¿Y tú? ¿Quieres que te llame Redsy o...?

Redsy guardó silencio unos segundos antes de responder.

—Cha... Charli —dijo, titubeando.

—Ese es nombre de perro, pero está bien —respondió ella, riendo.

—Bien, entonces... ¿cuál será el rol de nuestros personajes? —preguntó, curiosa.

Redsy volvió a quedarse en silencio. Una parte de él le decía que se detuviera, que iba a salir herido si seguía.

—Es nuestra luna de miel —dijo finalmente, algo nervioso.

—¿Luna de miel? —repitió, sorprendida. Era la primera vez que alguien le pedía eso—. Bien, lo que el cliente pida —dijo, sonriendo.

—Dime, Charli, ¿a dónde me llevas? —preguntó ella, juguetona.

—Solo llámame así cuando estemos solos en el cuarto. El resto del tiempo, llámame Redsy. Y ponte la gabardina que te di, hace frío y no quiero problemas en el hotel —dijo Redsy, algo molesto.

Ella, contrariada pero profesional, se puso la gabardina.

—Bien, ya me la puse —dijo, con tono molesto—. Solo te advierto que todo está permitido, menos estas cuatro cosas: besos, sin globito, oral y el chiquito...

Redsy, al escuchar eso, perdió el control del auto por un segundo, pero lo recuperó rápidamente.

—¡Oye, cuidado! —reclamó ella.

—No hacía falta decir eso. No te preocupes, no pienso tener relaciones sexuales contigo... creo. No lo sé. Necesito pensarlo —dijo Redsy, confundido.

—¿Entonces para qué me contrataste si no lo sabes? —preguntó ella, molesta.

—No es de tu incumbencia. Y por favor, no hables hasta que lleguemos al cuarto —dijo Redsy, irritado.

Minutos después, llegaron al hotel donde se hospedaba Redsy. Ella se sorprendió: era un lugar de lujo.

Al entrar al ascensor, notó algo extraño. En lugar de botones, había una máquina parecida a un datáfono con una ranura lateral.

Redsy pasó una tarjeta por la ranura. Las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a subir.

Tras un minuto y medio, se detuvo. Redsy caminó unos metros hasta la puerta de su penthouse y volvió a pasar la tarjeta por otra ranura. La puerta se abrió.

Se hizo a un lado para que ella entrara primero, pero ella dudó.

—Erisia, no tengas miedo. Esta también es tu casa. Puedes explorar todo sin problemas —dijo Redsy, sonriendo.

—¿Eri...? —dijo ella, confundida.

Recordó el juego de roles y decidió seguirle la corriente.

—¿En serio, Charli? Muchas gracias —respondió, sonriendo.

Entró y quedó maravillada por el lujo.

—¿Escaleras? ¿Tiene un segundo piso? Esto no parece un cuarto de hotel, parece una casa —dijo, emocionada.

Al ver unas plantas, se acercó y descubrió un pequeño jardín con piscina, mesas con sombrillas y sillas.

—Vaya, Charli, sí que estamos alto. La vista es hermosa. Así que esto es lo que llaman un penthouse —dijo, fascinada.

Exploró todo el lugar con entusiasmo.

—Charli, esto parece una casa. ¡Incluso tiene jardín y piscina! —exclamó.

—No es una piscina, Erisia. Es un jacuzzi. Solo que no está encendido —dijo Redsy, sonriendo.

—¿Un jacuzzi? —repitió, sorprendida.

Redsy presionó un botón en el control. El agua comenzó a burbujear con chorros de aire.

—Podría usarlo, relajarme y quitarme este dolor de espalda... ¿me dejará usarlo? —pensó ella, emocionada, mientras tocaba el agua caliente.

—¿Puedo entrar al jacuzzi? —preguntó, sonriendo.

—Puedes usarlo después, Erisia. Pero primero ve a darte un baño. Te conseguiré algo de ropa —dijo Redsy, amable.

—¿En serio, Charli? Muchas gracias. ¿Dónde está el baño?

—Arriba, cerca del dormitorio —respondió Redsy.

Ella subió las escaleras, emocionada por bañarse y luego disfrutar del jacuzzi.

—¡Ya lo encontré! —exclamó feliz.

—Puedes usar todo lo que hay en el baño. Incluso la tina, si quieres darte un baño de burbujas con tranquilidad —dijo Redsy.

—¡Muchas gracias! —respondió ella, emocionada. En su casa solo tenía ducha, aunque al menos con agua caliente.

—Creo que debí traer a Ángela. Ella habría comprado la ropa sin problemas. Tendré que hacerlo yo mismo... pero a esta hora, mi única opción es el supermercado, y está algo lejos —pensó Redsy, calculando el tiempo que tardaría.

—Un momento... es de noche. Además, aquí puedo hacer lo que quiera —se dijo a sí mismo, recordando que ya no debía obedecer las reglas de Verónica.

—Erisia, saldré por veinte minutos. Volveré pronto —dijo Redsy, sonriendo.

—Ok, Charli. Te estaré esperando —respondió ella, emocionada, mientras llenaba la tina con más agua caliente y agregaba champú para crear espuma.

Redsy se dirigió al balcón, desplegó sus alas de plumas rojo carmesí y voló hacia el supermercado, disfrutando del vuelo nocturno. En cinco minutos aterrizó en una zona oculta, fuera del alcance de las cámaras. Entró con calma y, algo avergonzado, pidió a un empleado que le indicara dónde estaba la sección de ropa femenina. El empleado, confundido, le señaló el lugar. Redsy le agradeció y eligió varias prendas, incluyendo un traje de baño de una pieza, tipo short largo, que cubría espalda, vientre y parte de los hombros.

Mientras tanto, ella se bañaba en la tina llena de burbujas.

—Sí que es raro... ¿quién será esa Erisia? ¿Una famosa? ¿Una ex? ¿O quizás una vtuber? Como les gusta a esos raritos —dijo, divertida—. Bueno, no importa. ¡Voy a usar el jacuzzi!

—Pensé que solo era alguien raro, pero parece que también es un pervertido —añadió, recordando experiencias pasadas—. ¿Qué ropa estará comprando? Seguro algo de enfermera, colegiala... o de esa tal Erisia. Me dijo que no usara el jacuzzi antes de bañarme. Seguro está comprando un microbikini. Sí, definitivamente es otro pervertido más.

En ese momento, Redsy golpeó la puerta del baño.

—Erisia, ¿puedo pasar? —preguntó, algo nervioso.

Ella se sorprendió por lo rápido que había vuelto.

—Sí, Charli. Puedes pasar —respondió, confundida. ¿Realmente seguiría con ese juego toda la noche?

Redsy entró, desvió la mirada al verla en la bañera y dejó una bolsa junto a la puerta.

—Aquí te dejo el traje de baño para que puedas entrar al jacuzzi. Te estaré esperando allí —dijo, avergonzado, antes de cerrar la puerta.

—¿Por qué actúa así? Este juego ya me está empezando a preocupar... ¿no será que...? No, seguro quiere que sea una sorpresa —pensó, algo confundida.

Se cubrió con una bata de baño y se acercó a la bolsa.

—¿Qué es esto...? —murmuró, al ver el traje de baño.

Minutos después, se lo puso.

—Parece como si fuera a surfear o bucear —dijo, observando el traje de una pieza.

—Esto cubre casi todo mi cuerpo, incluso la espalda. ¿Aun así podré disfrutar del hidromasaje? —pensó, algo molesta.

Salió del baño y se dirigió al jacuzzi. Allí estaba Redsy, usando solo un short oscuro.

—¿Estás seguro de que quieres que use esto? —preguntó, confundida.

—Sí, Erisia. ¿Por qué? ¿Hay algún problema? —respondió Redsy.

—No, no hay ningún problema, Charli —dijo ella, fingiendo una sonrisa.

—¡Ahhh! Justo lo que necesitaba —exclamó al entrar en el jacuzzi y sentir el hidromasaje.

—¡Mmm! ¡Ohhh! Esto se siente tan bien —dijo, acomodando su espalda contra la pared.

—¿Te duele la espalda? Puedo darte un masaje para que te relajes. Ven, acércate —ofreció Redsy.

—Quería relajarme un poco más, pero supongo que debo seguirle el juego —pensó ella, resignada.

—Está bien —respondió, fingiendo entusiasmo.

Se acercó y se sentó sobre sus piernas. Redsy se sorprendió: esperaba que se sentara a su lado.

—Se suponía que debía sentarse a un lado... —pensó, nervioso.

Su corazón se aceleró. La abrazó instintivamente. Ella se sorprendió.

—¿No me ibas a dar un masaje? —preguntó, algo molesta.

—Lo siento, no pude evitarlo —dijo Redsy, soltándola.

—No está mal... solo que no me gustan mucho los abrazos —respondió ella, fingiendo una sonrisa.

—Bien, relájate y disfruta —dijo Redsy, tratando de controlarse.

—Más vale que sea bueno... —pensó ella, antes de sentir algo inesperado.

—¡Ohhh! Esto se siente tan bien... sí, ahí... justo ahí... ¡Ahhh!

—¿Qué es esto? Es como si supiera exactamente dónde presionar —pensó, sorprendida, mientras sus músculos se relajaban.

Después de dos minutos, Redsy terminó el masaje.

—¿Ya estás bien? —preguntó, esperando haberlo hecho bien. No daba masajes desde la muerte de su esposa.

—¡Mmm! Increíble. Eres demasiado bueno —dijo ella, como si estuviera en el cielo.

Volvió en sí y notó que ya no le dolía la espalda.

—Wow, deberías abrir un spa de masajes —dijo, sonriendo.

—¡No vuelvas a decir eso! ¡Nunca lo hagas! —exclamó Redsy, molesto, recordando algo del pasado.

—Lo... lo siento —dijo ella, alejándose, asustada por su reacción.

Redsy la abrazó con fuerza.

—Lo siento. No quise asustarte. Perdón —dijo, arrepentido.

Se quedaron así unos segundos, hasta que él la soltó.

—Creo que ya es tarde. Puedes quedarte y disfrutar del jacuzzi mientras me doy una ducha. También deberías ducharte después. Dejare otra bolsa con ropa en el baño. No sé si te guste, pero quiero que la uses —dijo Redsy, antes de irse.

—Eso fue un poco raro... —pensó ella—. Bueno, no importa. Disfrutaré un poco más del jacuzzi.

Se quedó veinte minutos más. Luego decidió salir: no quería hacerlo esperar. Además, el hidromasaje ya no era necesario. Al entrar al dormitorio, vio a Redsy sentado en la cama, cubierto con las sábanas, riendo mientras miraba la televisión. Llevaba puesta una bata roja, posiblemente de seda. Parecía estar desnudo... como si estuviera listo para repetir lo que tantos otros hombres habían hecho tras pagarle.

Después de ducharse durante cinco minutos, ella salió envuelta en una bata de baño suave. Se dirigió a la otra bolsa que Redsy había dejado.

—Me pregunto qué ropa o disfraz me compró —pensó, con curiosidad.

Al revisar el contenido, se sorprendió.

—Debe ser una broma... —pensó, molesta—. Bueno, será la primera vez que use algo así.

Buscó más prendas dentro de la bolsa.

—¿Qué? ¿No hay lencería? ¿Ni ropa interior? —dijo, confundida.

Se puso de pie y fue a buscar su lencería color morado.

—Tendré que usar la mía... ¿Qué? ¿Dónde está mi ropa? —exclamó, al no encontrarla donde la había dejado.

—Charli, ¿has visto mi lencería? No la encuentro —preguntó en voz alta.

—Erisia, si buscas tu ropa, la mandé a lavar junto con las batas de baño. Lo siento —respondió Redsy desde la habitación.

—No te preocupes, Charli —dijo ella, fingiendo alegría, aunque estaba molesta.

—Así que lo planeaste todo... quieres que salga usando solo una camisa y un overol de tirantes, sin ropa interior. Bien, acabemos con esto —pensó, resignada.

Se miró al espejo.

—Parezco una granjera... o una jardinera. Creo que hubiera preferido el traje de enfermera o colegiala —dijo, avergonzada.

—Ya estoy lista —anunció, abriendo la puerta del baño con una sonrisa fingida.

Redsy, que reía por las noticias, apagó la televisión al verla.

—Erisia, estás hermosa —dijo, sonriendo con ternura, tratando de controlar sus emociones.

—Bien, ya me viste. Ahora puedo quitarme esto —pensó ella, incómoda.

—Ahora empieza el show —dijo con voz sensual, comenzando a bailar lentamente mientras se despojaba de la ropa.

—Espera, no te la quites —dijo Redsy, deteniéndola—. Ven, acércate.

—Ya veo... quieres quitármela tú mismo —pensó ella, acercándose.

—Bien, soy toda tuya. Por favor, sé gentil conmigo —dijo con tono provocativo.

Redsy la abrazó de inmediato. Luego se apartó un poco, haciendo espacio en la cama.

—Bien, Erisia. Entra a la cama. Es hora de dormir —dijo, con una sonrisa gentil.

—¿Qué? ¿Entonces para qué fue todo eso? —pensó ella, desconcertada.

—Ya tomé mi decisión. Me acostaré contigo, pero no como tú piensas —dijo Redsy, con serenidad.

Ella no entendía, pero ya le habían pagado, así que no le dio importancia.

—Este es el trabajo más sencillo, relajante y mejor pagado que he tenido. Ojalá me contrate todas las noches —pensó, feliz.

Se dio la vuelta, evitando que él la besara mientras dormía. Redsy la abrazó con fuerza, como si temiera que desapareciera. Ella no dijo nada. Al fin y al cabo, él había pagado por toda la noche.

—Buenas noches, Erisia —dijo Redsy, sonriendo.

—Buenas noches, Charli —respondió ella, sin hacerse más preguntas.

—Qué cama tan suave... parece una nube —pensó, antes de quedarse dormida.

Redsy permaneció despierto unos minutos más, asegurándose de que ella estuviera completamente dormida. Cuando lo confirmó, dejó salir lo que había estado conteniendo.

—Lo siento mucho, Erisia... perdóname —susurró, soltando algunas lágrimas.

Al día siguiente, Redsy despertó.

—Buenos días, Erisia —dijo, moviendo el brazo para acercarla y sentir su calor. Pero algo no estaba bien.

—¿Erisia...? —dijo, alarmado, abriendo los ojos rápidamente al no sentir nada a su lado.

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