Redsy se puso de pie, con el rostro endurecido.

—Ese día... casi me da un infarto. Y casi quedo ciego.

Rose también se levantó, retrocediendo con miedo.

—Yo solo diseñé la lencería para esa revista... ¡no sabía nada!

—¡Eso no era lencería! —exclamó Redsy, molesto—. Eran tiras e hilo. ¡Ella estaba prácticamente desnuda! Y lo peor... millones la vieron.

Respiró hondo, tratando de calmarse.

—Por suerte, me encargué de desaparecer por completo ese catálogo... junto con la empresa. Borré la imagen de mi hija de la mente de millones de pervertidos. Aunque, sinceramente, habría preferido sacarles los ojos. Al final, acabé con todos los responsables.

Miró a Rose con dureza.

—Bueno... a casi todos.

Rose, temblando, intentó calmarlo.

—Pero... lo resolvimos, ¿verdad?

—Sí. Llegamos a un acuerdo: no volverías a crear lencería de color violeta.

—Y lo cumplí. No he diseñado ninguna prenda de ese color —dijo ella, nerviosa.

—¿Entonces por qué demonios vi lencería tuya de ese color en este país?

—¡Espe