Finalmente llegó el fin de semana. Marta había pasado la noche sin pegar ojo, atrapada entre la emoción y el miedo. Había esperado ese momento con ansiedad, pero ahora que estaba por ocurrir, el miedo la invadía.
La puerta se abrió de pronto y Laura entró ansiosa.
—¿Estás lista? —Le preguntó a su amiga.
—Sí, —contestó con voz trémula.
—Me encantaría ir con ustedes, pero sería un riesgo ir que luego no me dejen entrar.
Marta se mantuvo en silencio.
—Por cierto, cuándo viene María.
—Mañana, tuvo que viajar a ver a su hermana que está un poco enferma.
—Bien, le diré a Mercedes que lo prepare todo. —dijo Laura sonriendo.
—Gracias Laura.
—Vamos que no tienes que agradecerme nada. Soy yo quien tiene que darte las gracias por todo lo que estás haciendo por Marcos y por mí.
La rubia asintió lentamente.
Minutos más tarde, ya estaba dentro del coche. Laura se despidió de Marcos con un beso en los labios.
—Cuídate mucho y cuida de Marta.
—No te preocupes, descansa. Estaré de regreso