Marta despertó al lado de Benito, sintiendo aún el calor de su cuerpo contra el suyo. La piel erizada por los recuerdos de la noche, cerró los ojos un momento y dejó escapar un suspiro cargado de deseo. Cada caricia, cada susurro, cada sonrisa compartida había convertido aquel encuentro en un sueño del que no quería despertar.
Benito la miró con una intensidad que hizo que su corazón se acelerara, y al entrelazar sus dedos, Marta sintió que el mundo entero podía desaparecer; allí, en la quietud de la mañana, solo existían ellos dos, atrapados en una intimidad que se sentía infinita.
Benito deslizó suavemente su mano por la espalda de Marta, recorriendo cada curva con delicadeza y firmeza al mismo tiempo. Ella se estremeció, sus labios entreabiertos dejando escapar un suspiro que parecía prolongar la conexión que los unía. No hacía falta hablar; sus miradas lo decían todo.
La risa ligera que escapó de sus labios se mezcló con el roce de sus cuerpos, con la tensión de un deseo conteni