Ambas salieron de la tienda con las manos llenas de bolsas de compras. Subieron al coche y Laura condujo hasta la residencia de su amiga.
—Marta, no has pensado en pasar los últimos meses en casa, con nosotros. —cuestionó.
La rubia se quedó en silencio, pensativa.
—Sé que nos has dicho en varias oportunidades que deseas tener tu propio espacio e intimidad. Pero quisiera vivir junto a ti, esos momentos especiales.
—No lo sé, Laura. Entiendo que quieras compartir conmigo, eso momentos, pero no quiero incomodar.
—Si lo dices por Marcos, yo hablo con él. Quizás y esta noche lo convenzo —dijo en tono seductor.
Sin embargo, para Marta aquello no sólo sería meterse a la boca del lobo, sino torturarse a sí misma viendo las demostraciones de cariño de su amiga hacia el hombre que le ha hecho cambiar de forma de pensar y que la ha hecho creer en el amor y la familia.
—No lo digo por él. También por mí, y hasta por ti.
Laura la miró confundida.
—Recuerda que Ignacio y yo…
—Me dijiste que